El sadismo en el cine tiene como representantes a las sagas de Hostal Y Saw en los años actuales, pero esto era impensable varias décadas atrás. En mil novecientos sesenta irrumpe de forma abrupta Peeping Tom (fisgón o mirón) en las pantallas inglesas, dirigida por el también nacido en la isla británica Michel Powell. Mark Luis es un maniático fotógrafo dedicado a filmar a las victimas que asesina con el fin de captar el gesto de miedo antes de morir. Es además un voyerista empedernido observador de quienes investigan o descubren los cuerpos siniestrados.
Seis años antes el también inglés Alfred Hichtcock había filmado The Rear Window (La ventana indiscreta), con la temática del voyeur, sólo que, a diferencia de Powell, la película no fue vilipendiada y rechazada de inmoral y sucia, por el hecho de retratar a un enfermizo asesino. El fotógrafo del crimen, uno de los títulos con que fue nombrada en español, incita a la perversión en el acto de la criminalidad. The Rope (la soga), de mil novecientos cuarenta y ocho, otro filme del maestro del suspenso, tiende al deleite macabro de esconder al ultrajado mientras los huéspedes se pasean en torno a la sala y los invitados no tienden a la sospecha. Este par de trabajos son las influencias directas del Peeping Tom. Sin embargo, un punto de suma relevancia es la estructura temática es el trasfondo estético, ya no es sólo la belleza que el romanticismo podría encontrar en lo grotesco, sino, que el acto de asesinar tenía que ser perfecto, como una verdadera película. El preciosismo consiste en encontrar el ángulo adecuado, la mejor iluminación para tomar a la víctima en su justa dimensión y hacerle ver el rostro de la muerte, su muerte, para así registrar en el rollo el autentico terror, “la cosa más espantosa del mundo”. Esto mediante un ingenioso mecanismo de hacer funcionar a la cámara como testigo, armas y espejo del horror. No por algo para Scorsese comenta: "Siempre he creído que Peeping Tom y 8½ dicen todo lo que puede ser dicho sobre el arte de hacer películas, sobre el proceso de llevarlas a cabo, la objetividad y la subjetividad y la confusión entre las dos. 8½ captura el lujo y el disfrute de hacer cine, mientras que Peeping Tom muestra la agresión que hay en ello, cómo la cámara infringe una violación... Viéndolas puedes descubrir todo sobre las personas que hacen cine, o al menos, cómo esas personas se expresan a sí mismas a través de las películas". Peeping Tom marcó el fin de la carreara cinematográfica de Powell, la crítica lo destrozó. Su apuesta fue arriesgada, no obstante dejó una de las muestras más importantes en el celuloide, alejada de inclinaciones moralistas e internándose en la patología del psicópata, en sus motivaciones.
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Instrucciones para antes de leer El gaucho insufrible:
1.- Niegue toda esperanza, o mejor aún asesínela y entiérrela en el lugar que crea más conveniente. 2.- Busque un espacio solitario, de preferencia en la azotea de algún edificio en una metrópoli perdida o sitio olvidado de la mano de Dios. 3.- Reviva la esperanza, desentiérrela como el cuerpo de un zombie y juegue un poco con ella. Tiempo después, abrásela, háblele al oído y prometa no volver a perderla. 4.- Si puede, tome una escopeta y vaya a cazar conejos. Dispare a discreción. No olvide quitar la piel con sumo cuidado y al hacerlo piense en las siguientes preguntas: ¿En qué momento se hizo demasiado tarde? ¿Cien años antes? ¿Mil años antes? ¿No estábamos, acaso, condenados desde el principio de nuestra especie? 5.- Inicie un viaje, una trayectoria azarosa. Súbase a un tren y desde la ventana observe cómo los conejos forman parte de una maratónica carrera hacia lo desconocido. En silencio, abra el libro y déjese guiar. El mañana no importa. Leer a Roberto (nos hablamos de “tú”) implica un riesgo, una especie de sendero que va detonando, poco a poco, imágenes que se quedan grabadas en el subconsciente, simbología de héroes caídos, secuencia mítica de los desvalidos. Enfermedad, tiempo, literatura, miseria, soledad, negación y aceptación, ratas en busca de respuestas, todos estos elementos se conjugan para brindarnos uno de los libros de cuentos más importantes de los últimos años en las letras hispánicas. Bolaño encierra en esta publicación póstuma lo que podría denominarse la tesis de su obra, el discurso pasa de manera centrífuga y certera por las seis narraciones y los dos ensayos que componen El gaucho insufrible. En “Jim”: el paroxismo, la iluminación y el desencanto se hacen presentes en un poeta frustrado, ex marine que busca entre las llamas aquello que se fue y no dejó siquiera el rastro del viento. “El gaucho insufrible”, nombre que da título al libro, es quizá uno de los mejores cuentos de Roberto, su narrativa que entrelaza el autoexilio y aquella literatura inexistente, de la que tanto habla Vila- Matas, golpean al lector como el puñetazo de Mike Tyson. Cientos de conejos salvajes saltan, se pierden en el monte, levantan sus orejas entre la oscuridad y la nada, antropófagos saltan al cuello y revisten de sangre la superficie de la piel. Bajo el augurio de los conejos, un escritor abandona el anonimato, la memoria se eterniza en la cabeza de un viejo que busca, en el último rincón del mundo, la paz o tal vez la muerte. “El viaje de Álvaro Rousselot” es una especie de Pierre Menard cinematográfico: un insigne escritor argentino es “plagiado” y , en cierta manera, despojado, al convertirse en algo más que un punto de referencia para un joven director de cine francés. “Dos cuentos católicos”: proeza o vanguardia, representan lo mismo que una jugada magistral de Messi, es un drible de la narración, una chilena en tiempo complementario que hace ver a Roberto como un Beckenbauer de la pluma. Segmentado en micro capítulos, dos personajes están en busca de lo divino, tan cerca de la santificación como Judas o Luzbel. Ambos protagonistas hacen una revisión de su vida en un acto de fe, de esperanza (vuelvo a la esperanza) indisoluble, voraz, carnívora. He aquí un ejemplo de audacia narrativa, pequeños fragmentos que entretejen dos historias y que van apareciendo como sucesos inconexos, pero con un final inesperado. Complementan este libro: “Literatura + enfermedad = enfermedad”, y “Los mitos de Cthulhu”, textos en donde Roberto indaga sobre el hartazgo, el sexo, el sentido del viaje y la travesía del escritor, la enfermedad inherente que conlleva a los poetas, a la literatura y al mundo hacia el vacio. Voy a viajar, voy a perderme en territorios desconocidos, a ver qué encuentro, a ver qué pasa. Pero previamente voy a renunciar a todo. O lo que es lo mismo: para viajar de verdad los viajeros no deben tener nada que perder. Bolaño, o Roberto, o Roberto Bolaño, un escritor imprescindible para entender (o intentar entender) el abismo al que, inevitablemente, vamos cayendo. |
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