[...] Más que mensajes privados se volvían mensajes demasiados públicos, ella y los hijos se los estaban leyendo todo el tiempo [...] (Carlos Abraham - Mi quincena) Mi quincenaCarlos Abraham (Líbano-México) Daniel, un chavo joven de piel apiñonada, semivelludo, con un corte de cabello bien hecho, alto, simpático, con un anillo en uno de sus dedos (significado de estar casado), con dos hijos, una tarde pasó por un accidente de robo, ya típico en la ciudad en la que vive, por una banda de delincuentes que le despojó de todas sus pertenencias, hasta del abrigo más padre que tenía; quedó con el trauma de no salir de su casa, le daba miedo salir tarde de su trabajo e ir a sus consultas médicas, ocasionadas por la golpiza que le proporcionaron los maleantes.
En su casa continuaba con problemas familiares, la esposa reprochándole la vez en que se puso agresivo con ella, cuando una tarde tuvo exceso de alcohol, o que regresaba tarde de ir a trabajar a casa de un conocido. Aunque se lo merecía ella también, pues siempre le vigila los mensajes que le llegan a su celular personal. Más que mensajes privados se volvían mensajes demasiados públicos, ella y los hijos se los estaban leyendo todo el tiempo, no podía salir con nadie, no tenía una vida privada, ya que todo lo sabía su familia antes de que él pudiera leerlos. Inventaba salir a trabajar para salir con alguno de sus conocidos. Una mañana le llegó un mensaje al celular, como de costumbre su familia lo leyó antes: —Hola, Daniel, te quiero ver, ¿crees poder? Nos veríamos en el mismo lugar de siempre para tomar un café. Híjole, ese mensaje lo leyó antes la esposa y en automático le realizó un fuerte comentario con una voz déspota, pero él ya estaba acostumbrado a escucharla siempre con ese tonito de voz. —¿Quién te escribió este mensaje? ¿Quién es ella? ¿Vas a ir a verla? —él se quedó con cara de no saber qué decir, veía cómo rápidamente sus hijos se apoderaron en ese momento del celular y se pusieron a navegar en la aplicación de los mensajes, para verlos. —¡Mamá, mira el mensaje que le acaba de llegar a papá! ¿Ya lo leíste? ¿Quién lo enviaría?, eh. Papá ha de estar saliendo con otra mujer. Lamentablemente, cada día Daniel perdía mucho de su libertad, se volvió un esclavo de su mujer, creía en el amor que hubo del pasado, ella quería controlarle su vida en todos los aspectos, lo quería como si fuese su semental particular, le exigía cada quincena en sobre con todo el dinero que ganaba. La señora tenía problemas emocionales, existenciales, no sabía que existía un psiquiatra para que la atendiera y le ayudara a solucionar su vida personal, los lunes corría al salón de belleza, era como su terapia. —Buenos días, Martita, ya estoy aquí, quiero me dejen bella para que sea la sensación al lado de mi marido. —Señora, buenos días, qué se va a realizar el día de hoy. —Mira, primero mis uñas, y me quiero pintar el cabello de un color caoba. Muéstrame los tonos, además necesito que me lo despunten un poco, me gusta así de largo, para cuando voy con mi esposo se levante por el viento —mostrándoles el largo que quería le dejaran. Pensó cuando les prestaban el departamento del trabajo en la playa y caminaban por la costera mientras su cabello iba volando por el aire. De repente vio un pequeño cartel de un anuncio en la estética, el cual decía: “Se inyecta botox.” —Martita, dime, ¿ya inyectan botox? ¿Cuánto cuesta que me levantes mis labios? —escuchando que a lo lejos decían que tres mil 500 pesos, por lo que ella asentó—. ¿Puedo hacérmelo y venirlo a pagar en esta quincena? Es que no quiero irme sin ponérmelo, quiero salir como toda una dama, ¡despampanante!, como las de los noticieros. Permaneció toda la mañana en la estética, entre uñas, tinte, corte de cabello, lavado y secado, parecía quinceañera en su mero día. Después paso a un cubículo donde se sentó y le pidieron que moviera los labios, la empleada le comenzó a inyectar el botox, ella feliz, sin sentir algún dolor, le pasaron un pequeño espejo, como el de la bruja de Blanca Nieves, para que viera cómo le habían quedado; le gustó cómo habían quedado levantados los labios, y pensó: “Para ser besada por mi macho.” Estuvo recordando toda la semana que tendría que regresar a pagar el tratamiento a la estética con Martita, en la quincena. La semana siguiente, como todas, continúo controlando el celular de su esposo, y aunque él sabía que su esposa lo controlaba vigilando cada mensaje, realizaba su vida como si nada, jugaba con su hijo X-box, tomaba alguna cerveza, aunque su padrino que lo había llevado al tratamiento, la vez que se alteró por el exceso de alcohol, le decía que mejor no tomara e hiciera algo sin alcohol. Pero ese día, Daniel no hizo caso a esos recuerdos y escuchó a lo lejos a su esposa: —Mi vida, mañana no olvides traerme tu sobre de la quincena para que pueda ir a pagar lo que quedé a deber a la estética, con Martita, mira qué linda me dejaron de la cara. Él volteó para verla y vio una cara con unos labios raros, que estaban demasiado levantados, no supo qué decir, solo se quedó viendo esos raros labios de su esposa. —Mi vida, ¿no podemos irnos a la playa el fin de mes?, para que pueda lucir mis labios en la playa. ¿Por qué no le pides a tu jefe el departamento prestado de la oficina? Llegó el día de la quincena y a ella se le movieron las neuronas antes de que regresara su esposo, por lo que se adelantó para ir al trabajo de Daniel, a exigir el sobre, solo que ese día llegó mal vestida y con sus labios muy levantados. Estando en la puerta de empleados del restaurante, le pidió al de seguridad que le hablara a su esposo Daniel. Como a los 10 minutos pudo salir Daniel e ir a la puerta, mientras el de seguridad miraba a la señora con esos movimientos que realizaba, parecía una de esas bailarinas de ballet por tanto estar moviendo todas las partes de su cuerpo; el de seguridad no pudo dejar de ver esos labios levantados, quién sabe qué información le llegaba a su mente. Cuando salió y vio de frente a David, le pidió exigiendo el dinero que estaría ganando en esa quincena, pero él le comento: —Ahora no nos van a pagar, espérate, por favor. —¡No! Yo quiero ya me des tu sobre en este pinche momento. —No puedo. —Dámela o te armo un escándalo, ya sabes que no me dejo —y se puso a gritar como una esposa rabiosa—. Me lo das en este momento, hijo de tu madre. El de seguridad, que también tenía un cuerpo musculoso por el gimnasio, era alto, marcaba bien su camisa, solo le quedó observar esta situación no tan común, pensó: “pobre de David, tener que aguantar a una mandona todos los días.” Ella estaba a punto de jalarle los cabellos, pero solo le dio una fuerte cachetada en su mejilla derecha y se retiró gritando en varias ocasiones: —Me la vas a pagar hijo de tu madre, me la vas a pagar hijo de tu madre. El de seguridad le puso la mano en el hombro derecho y le dijo a Daniel, suavemente: —No te preocupes, yo vi cómo te vino a exigir y cómo te golpeo en el rostro. No te preocupes, no le comentaré a nadie. Y aunque quedó grabado en las cámaras de seguridad del negocio, Daniel no supo qué hacer, tampoco supo qué decirle al de seguridad, que físicamente le atraía siempre, y platicaba con el cada que llegaba al trabajo, pensó luego de volverlo a ver, que es un prototipo de hombre alto y de cuerpo musculoso por el gimnasio, y que a él ninguna mujer lo lograría doblegar. Lamentablemente, los superiores se enteraron del incidente realizado por la esposa de Daniel, por lo que en ese momento le generaron la carta de despido y le dieron su ultimo sobre con su quincena; ya no pudo pedirle prestado a su jefe el departamento del trabajo en la playa, pues no quería regresar a casa, se sentía todo aplastado, su vida estaba fregada. Camino lo más que pudo para sentir el viento, hasta llegar a su casa, abrió la puerta y al ver a su esposa le dijo con voz alta: —Gracias a ti me acaban de despedir, ¡pinche bruja! Le aventó el sobre con el dinero a su cara, dio la vuelta y salió, azotando fuertemente la puerta, se fue a un teléfono público para ponerle una pequeña moneda y llamarle a la persona que le había enviado el mensaje la otra vez. —Hola, ¿qué haces, cómo estás?, vi tu mensaje, pero no pude contestar. Puedo ir a verte, o nos vemos en el motel de siempre en 45 minutos. Escuchó lo que le respondió la otra persona y con una sonrisa colgó el auricular, y se fue caminando por la calle, sin ningún abrigo que pudiera cubrirlo del fuerte frío.
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