Estás frente a mí en tu ataúd, Tiara. Con esa abulia y atemporalidad que da la muerte. Con su silencio repentino que a pesar de todo se alcanza a escuchar algo. Y heme aquí, aun cuando dije que no vendría. Inevitable no dejarme arrastrar por esta oleada de nostalgia. En mi memoria aun existen ciertas imágenes, reminiscencias de otros tiempos, de otros momentos pálidos ya, muertos también. Le ofrezco algo de beber, alguien que repentinamente aparece me da un café y vuelve a irse. Estamos solos tú y yo, Tiara. Pero falta algo. Inevitable también la sensación de que algo falta. O mejor dicho: alguien. No vi a Martín en ninguna parte de la casa. Entonces vuelven a mí aquella azotea con aquel tinaco, la pared de ladrillos enfrente y el tendedero con tu ropa interior colgada, Tiara, que se agitaba con el viento de aquella tarde. No te preocupes… él nos está mirando detrás de aquella ventana… a él le gusta esto… él me pidió que lo hiciera… tus frases entrecortadas por cada gemido tuyo, mientras apretaba tus pechos y mordisqueaba tus pezones. Cógeme acá, cógeme así, a él le gusta… y te pusiste de espaldas, Tiara, apoyada en el tinaco, la ropa colgada en otras azoteas emitía un barullo acompasado mientras se agitaba con el aire. Tus bragas enredadas en los tobillos, tu vestido levantado totalmente, tu rica vulva hinchada que me invitaba, Tiara. Recuerdo que la tenía ya dura entre mis manos, punzando, mi verga entró toda en ti; es verdad que aún siento cómo quemabas por dentro, cómo comenzaste a succionarme con tu vagina, cómo a cada embestida te apretabas más a mí. Mientras tanto, Martín nos observaba desde la ventana del cuarto, desde la recamara donde dormía noche tras noche contigo, su amada y adorada esposa.
Abro los ojos y estás muerta. Te observo mientras tengo una erección tremenda. Te imagino debajo del vestido que traes puesto, desnuda ante mí, inconsciente como cuando Martín te sedaba bajo tu consentimiento. Y es que ambos se complementaban, Tiara, estaban cortados por la misma tijera, ambos gustaban de expandir los límites del placer y estaban abiertos a experimentar todo tipo de situaciones, de sensaciones sexuales. Yo simplemente fui un peón dentro de su tablero, pieza en el juego de ambos. Pero, diantres, bienvenido el juego y que así sea, pensé. Hola, pasa ¿eres escritor, verdad? había dicho él entusiasmado la siguiente ocasión, me veo entrando a tu casa, a la casa de ustedes dos, Tiara, me veo sentado en esa sala de aire minimalista, fría, recuerdo una pieza de Coltrane. ¿Quieres tomar algo fuerte? No bebo, le dije. ¡No mames, qué desgracia! te compadezco. Risas. Risas, Tiara, risas nerviosas de parte mía, pero él se reía de manera maliciosa, disfrutando cada segundo al pasar. Y sin preámbulos ni presentaciones comenzó a hablar: … a ambos nos gusta experimentar… nos estás haciendo un favor… los vi aquella vez en la azotea porque yo se lo pedí… está dopada ahora en la habitación, desnuda, ya hemos hablado antes y está de acuerdo con que le hagamos todo lo… y la sensación de que todo se detiene, Tiara, no hay más momento que ese y todo está latiendo al mismo tiempo, lento, fuerte, muy fuerte: los cuadros de Ponce colgados, las paredes, las cortinas, mi entrepierna, mi cuerpo, mi alma… Martín palpita también, vibra de una manera perceptible mientras abre la puerta de un cuarto donde apareces tú acostada sobre la cama, desnuda, abierta, dormida. Totalmente dormida y entregada a nosotros. Y me quedé toda la noche aquella vez, Tiara. Y él grababa todo pues decía que a ustedes les gustaba ver después todas las perversiones que llevábamos a cabo contigo. Recuerdo también tu tristeza, Tiara, tus ojos vidriosos, te recuerdo a ti llorando una noche, parada frente a la ventana mientras llueve afuera, tu perversa manía de gozar con el dolor y el sufrimiento padecido, tanto físico como psicológico. Recuerdo también tu mirada desquiciada mientras nos recibías con todo tu cuerpo, con todos tus órganos, con todo tu ser, a ambos. Abro de nuevo los ojos y aún sigo aquí. Es real. La muerte es lo único que se siente de manera tan real y tan así de peculiar, esa pesadez epicúrea en el ambiente que casi puede palparse. Ese olor a nada y a vacío mezclado con formol, alcohol y café, mezclado con las lágrimas y los pésames, no falta algún desmayo, alguna gritona, hay servilletas tiradas en el suelo llenas de mocos, huele a cera derretida y a algo ausente, todo es tan estúpidamente real que me abruma tanta certeza de mí mismo, del momento, de ti aquí muerta. De pronto da esa sensación sicalíptica de ir aconteciendo en el tiempo y nos damos cuenta que no nos hemos estado sosteniendo de nada, que caemos hacia un enorme y grotesco abismo sin ningún paracaídas. Entonces algunos simplemente adoptamos esa actitud suicida del kamikaze y no nos importan ya los medios, lo que se acontece en el transcurso, ni el final siquiera. Así yo que en mi acontecer, en mi caída libre, vine a toparme con ustedes, contigo aquella vez de la azotea cuando colgabas tu ropa interior, ya lo tenían planeado me dijeron después y esperaban mi aparición, habían estudiado mis movimientos unas semanas antes y sabían que a esa hora subía aquel vecino soltero, escritor treintañero y que escuchaba al Noise Quartet a alto volumen y a altas horas de la noche. Y cuando te estaba penetrando, Tiara, cuando te la metía fuerte, pude ver la mirada de Martín, esa mirada encendida, perdida, fugada hacia no sé dónde. Mientras se masturbaba y observaba cómo otro tipo se cogía de a perrito a su esposa. Se masturbaba placentero con tus gritos y observó cómo antes de finalizar hice que te hincaras frente a mí y tragaras todo mi semen. Ahí fui consciente de mi caída sin paracaídas al oscuro hueco del abismo, Tiara. Así duramos dos, casi tres años, en caída libre. Comenzamos a salir juntos los tres, de pronto invitábamos a otra mujer, a más parejas. Realizábamos todas las fantasías que se nos ocurriesen. Pero la que más les gustaba experimentar a ambos era precisamente la de dormirte y aprovecharnos de ti. Era un ritual entre nosotros pues sólo realizábamos aquello los tres, en todo lo demás podría participar cualquiera, pero dormirte para luego cogerte era lujo sólo de Martín y mío. De pronto reacciono y vuelvo al presente. ¿Dónde andará Martín? Ha de estar destrozado porque Martín en verdad te amaba mucho, Tiara, él me lo dijo algunas veces y yo lo sabía. Los dos se amaban pero él era quien daba más. Tú fuiste siempre más egoísta, Tiara, no te importaba nada con tal de satisfacerte hasta la saciedad, hasta quedar lánguida y satisfecha de haber obtenido lo deseado. Por eso me gustabas y te gozaba, Tiara, estuve a punto de enamorarme de ti yo también pero lo percibiste y me pediste que me fuera, no querías dañarme pues amabas a Martín a tu manera. Y me fui, yo también experto evasor del amor, yo que nací para estar solo. Pero volví, Tiara, al saber de tu muerte así de golpe gracias al mail enviado por mi hermana que los conocía. No quería venir a pesar de estar tan cerca de ustedes, nunca me fui tan lejos de todos modos, pero no quería verte muerta, Tiara, pues yo te conocí tan viva, tan palpitante de vida. Toda tú eras una radiante chispa vital que no tenía descanso, tú emanabas vida cuando cogías, cuando te penetrábamos te convulsionabas y gritabas babeante y sudada precisamente eso: ¡Me siento tan vivaaaa! Por eso no quería estar aquí. No quería despertar ciertos sentimientos enterrados en el pasado. No quería verte así, Tiara. Sabíamos que vendrías. Martín por fin está aquí también. Ahora sí, estamos completos, Tiara, el trio perfecto. Martín atraviesa el cuarto y me da la mano. Yo lo jalo y nos damos un abrazo fraternal, luego nos separamos. Está pálido y las ojeras le cubren casi la mitad del rostro. Martín se desliza por la habitación, parece un fantasma, un zombie, me ofrece un cigarro. Lo acepto. Lo fumo. ¿Hace cuánto no nos vemos? Mejor dicho, que no nos hablábamos. Cuatro años quizá; a veces nos topábamos intempestivamente en la calle o en algún sitio, pero ya sin saludarnos, nos evadíamos. Pero recuerdo que percibía tu mirada insistente perdiéndose en la mía, sobre el hombro de Martín mientras se alejaban, tu mirada, Tiara, esa mirada… Siempre los vi juntos, llamando la atención de las personas con sus actos arrebatados de exhibicionismo, les gustaba acariciarse y cachondearse frente a los demás, para ver si conseguían más cómplices en sus aventuras. Como aquella ocasión cuando los espíe en el parque aquél, cerca de la preparatoria. Al parque llegaban distintas parejas para agasajarse e incluso para coger ahí, ya a más altas horas de la tarde, casi noche. Aquella vez los seguí para ver qué hacían y pude ver cómo te quedabas sentada en la banca, Tiara, mientras Martín desapareció detrás de unos arbustos, llevabas una minifalda exageradamente corta e ibas, como era tu costumbre, sin brassiere. Luego Martín regresó con dos muchachos de prepa, cada uno se colocó a un lado tuyo y comenzaron a tocarte, a manosearte, mientras tú te dejabas e incluso les sacaste la verga a los dos de los pantalones y los masturbaste por un buen rato. Después, se fueron detrás de los arbustos y ahí uno de los afortunados estudiantes te la metía por el culo, mientras que el otro disfrutaba de tu lengua que recorría su glande y bajaba hasta llegar a sus testículos. Y Martín, oculto atrás de unos árboles, lo grababa todo y se masturbaba. Qué bueno verte, Martín… Siento mucho… sabes bien… la muerte de Tiara… Las frases han sonado huecas, como en off, como si hubieran sido dichas por alguien más. Pero no, he sido yo quien ha hablado y Martín parece no haber oído nada. Cierra las ventanas y las cortinas de la sala, esta sala que de minimalista ya no le queda nada, donde Coltrane ya no toca, sólo se escucha el sonido de una tele prendida a lo lejos, algún programa de concursos o cualquier aliciente adormecedor diurno para aplacar las ganas, el deseo y las ansias por vivir allá afuera. Martín actúa de manera extraña, se asoma por la puerta hacia afuera y despide a algunas personas que han venido a dar el pésame. En realidad vinieron pocos pues Tiara no tenía más familia, sus padres estaban muertos y nunca tuvo hermanos. Gracias por venir, se les agradece todas las muestras de cariño. Quisiera quedarme velando yo solo con mi amigo. Los esperamos mañana para la cremación. Gracias, gracias. Y en un instante quedamos solos los tres, Tiara: Martín, Tú y yo. Cuando Martín voltea a verme, cuando posa su mirada vacía, con esos ojos llenos de lascivia y desolación, de pérdida y excitación a la vez, cuando veo su mueca torcida, el cigarro que aparece en su boca, la flama del encendedor iluminando sus ojeras violáceas, sus pupilas dilatadas y el iris encendido de un brillo diabólico y angelical a la vez, es que quizá comienzo a comprender todo. A pesar de la devastación en ella conozco esa mirada. Y eso, Tiara, comienza a alterarme. ¿Cómo murió? Fue alguna de tus fantasías… ¡Contesta! Y Martín me ofrece otro cigarro, el cual vuelvo a tomar pero guardo para más al rato, quizá lo necesite o algo así. Me pide que me siente para que pueda explicarme. En realidad fue fantasía suya, siempre lo fue. Siempre gozó más con ella. Gustaba que la durmiéramos para poder hacer con ella lo que quisiéramos. Así fue como falleció, se durmió por última vez para que vinieras y cumpliéramos su última y mayor fantasía ¿lo recuerdas, Eder? Y claro que lo recuerdo, Tiara, pero pensé que sólo era un sueño estúpido o alocado. O quizá lo evadí e ignoré pues de verdad pude ver la fuerza de tus palabras, tus gestos, pude creer el deseo encerrado en tus palabras, aquella vez que nos comentaste haber soñado que fornicábamos con tu cadáver: Anoche me soñé muerta. Soñé que estaba acostada sobre la cama, muerta, desnuda y de pronto ahí estaban ustedes dos desnudos ante mí también, con sus vergas totalmente erectas. Yo podía verme inmóvil y la lujuria creciente de sus ojos y eso me excitaba, no sé cómo decirlo, pero me excitaba, era como un desdoblamiento y ver cómo me metían sus miembros por todos mis orificios de placer y hacían conmigo lo que querían. Desperté toda mojada, envuelta en temblores orgásmicos. Jamás había sentido algo así. Y así fue. Un comentario esa vez y luego otras ocasiones donde se comentó más y ya. Nunca pensé que ustedes… que tú, Tiara… Eder, tranquilo, ella lo quería así, sabes cuánto la amaba yo y cuánto respetaba sus deseos, cómo solía cumplírselos. Por eso no la detuve, Eder, fingí salir fuera unos días y ella se tomó más de la dosis de pastillas para dormir y ya comprenderás todo, la farsa ante las autoridades a mi regreso, dándome ellos la “trágica noticia”, la farsa ante los conocidos. Pero ella sabía bien que al final tú vendrías y así cumpliríamos su última fantasía. Ese era el objetivo, amigo. Ella no quería a otro que no fueras tú. Me costó aceptarlo pero puso a prueba mi amor hacia ella. Me dijo que ya no soportaba seguir viviendo sin llevar a cabo su última fantasía y si de verdad la amaba tendría que ayudarla a cumplirla. Y al decir esto Martín comienza a desvestirse, su saco cae el suelo, luego el pantalón, su camisa, abre el ataúd por completo y saca tu cuerpo de la caja, Tiara, lo pone sobre la alfombra y comienza a levantar tu vestido, a descubrir tus muslos, a tocarte entre las piernas y puedo ver cómo se le para, siento, es más, cómo estoy bien erecto yo también. Martín voltea a verme y me mira desde sus ojos perdidos y volteados, me llama con un gesto animal. Enciendo mi cigarro, Tiara y me tiembla la mano. Y comprendo. Ahora comprendo, Tiara, que tú eras ese abismo, tú eras la abismal y yo caí en ti, Martín y yo y todos y todo caímos en ti, caemos en ti esta noche, somos tragados por tu abismo y yo me digo ¡Qué más da! ¡Qué venga el abismo! ¡Bienvenido al abismo! Tiro mi cigarro, Tiara. Estoy listo para aventarme una vez más.
0 Comentarios
Deja una respuesta. |
Archivos
Marzo 2024
Categorías
Todo
|