Adolfo Marchena - También el silencio (Parte 15)Un pájaro sobrevuela la azotea de nuestros temores y la decadencia, mientras escucho Song to the Siren, de Tim Buckley. La brisa agita la cebada, por debajo de las murallas, cuando emplazo al gatillo, cerca del costado izquierdo. Algo concluye, tal vez aquello que no nos dijimos cuando debimos hablar. Las intenciones de una promiscuidad hecha de impuestos nos impiden calibrar la bondad de las cosas. Una palabra más alta que la otra se asoma en su indecencia para anunciarte la hora en que las gaviotas regresarán de su festín de pescado y pan mojado. Te quise en silencio, mientras afuera todo tronaba; lo incierto, también y las mejillas cuarteadas. ¿Qué mostrarle, entonces, a Dios? Cuando no nos queda nada más, acaso, que una voluntad corrupta y una sonrisa ocasional, de labios amargados. Hubo ruido de pestañas después de nuestro último encuentro; ruido de ausencia. Surgieron grietas en las paredes, como si fueran a caerse dejando a la intemperie nuestra andanza, los armarios, las costumbres, los electrodomésticos de la cocina. Desde entonces no ha cesado mi dolor en los costados, como una taquicardia de hormigas en su oficio de idas y venidas. Ahora compongo, paso a paso, la travesía por los desiertos y su paradoja. El viento me susurra: ¿qué supone la amistad? Lo sospecho. Un punto junto a otro que no interfiere en la cuadratura del círculo. Lo que no vi, o no supe ver, entonces. Lo que negué tres veces, como un apóstol que sucumbe al fracaso. Lo que no quise creer del amor y se tornó sospecha. Pero no importa, ya no importa, ahora reconozco los titulares del periódico mientras te espero y el café se enfría. Siempre –e inevitablemente- acaba enfriándose cada mañana. Ese momento del día que aguardo con impaciencia y donde, una y otra vez, acontece lo mismo.
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