También el silencio(Parte 17) Adolfo Marchena (España) Janis, a ti te lo puedo confesar, mientras recitas un poema o cantas Piece of my heart. Ya no viajo en la bebida —aquel tequila y su ronquera— para temblar después en la cartografía de mi cuerpo magullado. ¿Recuerdas aquella semana, cuando desembarcamos en la cama y todo parecía eterno? En su cama, Janis, quiero aclarar. Porque siempre fue su cama, a pesar de sus continuas ofertas donde me ofertaba un amor que no existía y sólo la mentira rondaba el colchón y todo el aire que se colaba a través de la ventana. Aquella cama suya, tan lejana ahora para mí, como un campo de trigo en algún pueblo de Bolivia o el Congo o las islas del pacífico, que tan lejano me queda. O esos campos, cada vez más acotados por las ciudades, que dignifican el abandono de la tierra fértil y la sed de los jornaleros cuando concluye la faena. En ocasiones pienso que no soy yo quien escribe, el que respira y quien esquiva, o trata de esquivar los golpes y la imprudencia ante los fueros de una vida que se equivoca una y otra vez, continuamente. Aquello en lo que creo y todavía germina, es otra mentira, otra ilusión que tarde o temprano se convertirá en un aguacero que me sacudirá más fuerte, será, como a Vallejo, en un París donde no moriré, porque ya es tarde para regresar a sus calles y las orillas del Sena. No sé si resulta un consuelo o un engaño pensar que un día fui correcto, ahora que mis vicios viajan al ritmo de las canciones que son tuyas, vieja Janis, cuando te confieso que nunca supe cómo responder frente a ese ocaso de todo lo bueno y lo bello; lo imprescindible. Mi confusión, cuando las campanas se pliegan ante la madrugada, cerca de nuestro hogar. Pero si te sirve de consuelo, si alguna vez llegan a ti estas palabras, quiero que sepas que ya aprendí, es cierto, a atarme los cordones de las botas. Y también aprendí a escuchar y dejar de hablar, y así como se lo confieso a Janis, te confieso a ti que más de una vez he pensado en lo nuestro y su final incierto. Pero reconozco que ya es tarde para vestir camisas inútiles y pantalones desteñidos. Y todo me resulta absurdo en esa espera donde todos mienten y yo contemplo las polillas, aproximándose a la luz, como si nunca hubieras existido. Seguramente, contemplarás desde tu atalaya aquella cama donde abandoné mis temblores y el último orgasmo que me brindaste, como si fuera algún elixir de no sé qué Dios o de qué Diosa. Y eso es todo, Janis, y no sé si te interesará mucho o poco o acaso no haya dicho absolutamente nada. No lo sé, vieja Janis, aunque ya ni siquiera importa porque, en el fondo; ¿qué importancia tienen los avatares, incluso los nuestros, que no son nada?
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