También el silencioParte 22 Adolfo Marchena (España) Calma, háblame pausado, con el ritmo y la cadencia de la guitarra de John Williams en los Recuerdos de la Alhambra. Esos recuerdos que conforman los juguetes que se perdieron detrás de todas las infancias. El devenir llegó más tarde cargado de noches despistadas y repletas de alcohol. Porque todo arde en las casas expropiadas y en muchas ocasiones, en la de nuestros padres. Contemplo un edificio detrás de las cortinas y la partitura donde Mozart escribió el misterio de las notas. Parece un edificio renacentista, aunque hace tiempo que dejé de distinguir el estilo arquitectónico, como ese amor en el que se gestaban los laberintos y la hambruna. Hay un amanecer detrás de cada boca y yo me siento mudo. El vacío lo pretende todo y dejamos de hablarnos. Parece triste, mirar desde arriba, muy arriba, este planeta que se desgaja como una mandarina. ¿Recuerdas la plaza de España, en Sevilla? Con sus carruajes en la noche y los turistas, mientras tú me esperabas en la Sierra. Esa noche, la claustrofobia de un tablao flamenco me hizo olvidar por un momento la arquitectura de tu rostro. Anotaba versos en libretas negras que se fundieron con la luz roja que iluminaba el escenario. Aquella noche, embriagado por el fino, respiré el perfume del azahar y del romero. Obcecado con la memoria, reviví el trayecto de aquel autobús que me condujo a tu pueblo la primera de las veces. Las curvas cerradas, el verde otoñal, la impaciencia que desprendía mi cuerpo en el deseo de verte y quedarse para siempre en la fragilidad de una mentira y lo incierto de su tránsito hacia la tarde nueva.
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