El duende y su arpaCarlos Abraham (Líbano-México) Llegaron las vacaciones y nos dirigimos a la selva del estado de Campeche, cerca de una zona arqueológica. Llegamos al aeropuerto y fuimos a módulo de renta de vehículos, ahí sacamos la SUV para poder andar por la terracería y nos fuimos guiados con ayuda del GPS a la hacienda donde nos hospedaríamos. El principio del camino en la autopista, veíamos el área que estaban construyendo el paso del nuevo tren, recordé los viajes rápidos y divertidos que en viajes pasado realizábamos por el viejo continente, a medio camino cambio el formato visual para ver una selva completamente tupida de árboles.
De repente pasó un ave con un plumaje de color azul precioso, y la punta de su cola en un color verde. Llevábamos una velocidad constante, pero se vio de repente una cosa pequeña moverse rápidamente por el pavimento; se bajó la velocidad y vimos que era una tarántula, que para nosotros era gigante. Vimos que pudo terminar de cruzar el pavimento. Lo bueno que yo no iba conduciendo el vehículo, Pedro estaba al pendiente del volante. Comenzaba a oscurecerse el día; cuando llegamos a la Hacienda estaba ya muy oscuro, tenían unas antorchas encendidas que apenas iluminaban el camino. Dando la bienvenida, estacionamos el vehículo en el parqueadero, bajamos para sacar nuestras piezas de equipaje de la cajuela. Era como un sueño el lugar. Escuchamos cómo Pedro cerraba con la llave eléctrica el vehículo, se escuchó ese sonido inconfundible. Raúl sacó de su equipaje una sudadera para colocársela en sus hombros; caminamos a un mismo ritmo los tres hasta la recepción que estaba al frente en una pequeña puerta. Nos hospedamos en esta ocasión en una hacienda antigua, como de los años de 1800. Nos contaron había sido habitada en el pasado por algunos duendes, los que hicieron amistad con algunos humanos que se fueron acostumbrando a su forma de vivir. Nos dieron la llave de la habitación y caminamos en la dirección de ella por un camino con una gran vegetación y unas pequeñas velas colocadas a los lados. Como habíamos llegado cansados, pedimos servicio a la habitación y decidimos optar por comida de la región. Después de cenar nos fuimos a caminar. De repente Raúl comentó que había sentido una ráfaga de viento frio que pasó sobre su cuerpo; sintió un poco de miedo pero no pudo demostrárnoslo porque sabía que nos burlaríamos de él. Caminamos por el área de la selva pegada a la hacienda; subimos un montículo apenas iluminado a media construcción, pero ya no contaba con algún techo, era algo completamente abandonado. Subimos por las piedras y entramos por marcos de las puertas que quedaban, y veíamos a lo alto unos hoyos que eran ocupados por las antiguas ventanas. Había un letrero donde tenía la fecha de la construcción que fue en el año de 1856. Recordé que era casi por la época de cuando había nacido mi abuelo, qué época de auge había existido en esa época, comentamos los tres. Una época dorada donde nuestro país era importante y dejaba huella, pues muchas cosas comenzaban a llegar de Europa en esos grandes e inmensos barcos repletos de contenedores, donde las maquinarias llegaban en una pieza. Regresamos caminando a la habitación por otra vereda custodiada por altos árboles, y nuevamente Raúl sintió esa ráfaga de aire completamente escalofriante, el cual pasó por su cuerpo y terminó tocándole la cabeza. Se detuvo, observamos que puso su cara pálida y se nos quedó viendo fijamente a los ojos. Cuando de repente escuchamos su grito completamente lleno de miedo. Los tres corrimos a la recepción y le hicimos el comentario al encargado, quien nos contó que era normal, pues en la época de uso del lugar había sido un hospital, habían fallecido algunas personas en ese espacio donde estaba nuestra habitación. También en esa época, habían comentado las enfermeras del lugar, que existían unos duendes que se acercaban a ellas, unos para ayudar a los enfermos y otros para tocar música cuando alguno de los enfermos comenzaba su viaje a Aztlán, así se lograba que fuera más rápido su camino al inframundo. Se nos enchino la piel y, de repente los cuatro, quienes nos encontrábamos en la oficina, escuchamos a lo lejos unas notas musicales de un arpa, esta vez no nos dio miedo, tal vez porque estábamos acompañados del encargado, que además de ser un muchacho fuerte, conocía las tradiciones del lugar y nos daba la impresión de poder protegernos a cada uno de nosotros. Regresamos los tres a la habitación para dormirnos. Al principio, los tres estábamos con el ojo pelado, nos daba miedo el quedarnos dormidos y optamos mejor por ponernos a platicar para no quedarnos dormidos. A lo lejos se escuchó un perro aullar y Raúl comenzó a sentir nuevamente un pánico de miedo, lo notábamos otra vez por esa cara que hizo. Dijo con una voz fuerte: —Nuevamente se siente mi cuerpo muy frio, y estoy sintiendo una mano que pasa y me aplasta mi cabeza. Pedro y yo nos quedamos fríos por unos minutos, después volvimos a escuchar a lo lejos esas notas musicales del arpa. Pedro corrió a abrir la pesada ventana de madera y nos gritó: —Vengan a ver, a lo lejos hay un duende que está deleitándonos musicalmente con su arpa. Pensamos que la mejor opción para perder ese miedo era disfrutar de su concierto musical, permanecimos los tres juntos dentro de la habitación; unidos estaríamos protegidos, era nuestra mejor opción. Permanecimos así, escuchando las melodías, hasta que comenzamos a sentir pesados los ojos hasta quedarnos dormidos A la mañana siguiente despertamos, nos alistamos y fuimos a desayunar al restaurante. Platicando con el mesero, nos contó que el vigilante había contado que en la noche habían estado los duendes con muy activos, haciendo sus travesuras y uno de ellos tocando música con su arpa. Permanecimos por dos noches más, disfrutamos la alberca, nos adentramos más a la selva para conocer la zona arqueológica, comíamos muy rico todos los platillos típicos, ya estábamos acostumbrándonos a tanta aventura nocturna con los duendes, que terminamos disfrutando de algo que al principio nos había dado un terrible miedo. Al final del viaje, cuando regresábamos nuevamente al aeropuerto para tomar el vuelo de regreso a casa, en el vehículo los tres nos veníamos riendo de toda esta aventura que pasamos con este duende del arpa, mientras más risa, más le pisábamos al acelerador para llegar a tiempo.
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