San Juan Salvamento(Introducción) Carlos Segovia Monti (Argentina) Muchas historias se han escrito alrededor de este faro contadas de boca en boca a veces hasta susurradas por piratas, corsarios, bucaneros y gente común. Pueblerinos de las pocas tabernas que habitaban en los confines de la tierra donde los ingleses, dominadores de los siete mares se confundían con barcos balleneros. En esa época el coraje, la fiereza y, el andar solo con lo puesto, eran signo de distinción entre gente embrutecida de pocas palabras y gestos austeros. El clima hostil. Fríos extremos donde se congelaban las venas y la respiración se solidificaba. Un panorama fantasmal, exultantemente blanco como el alma en pena de cientos de naufragios. Una primavera que traía alivio a las coléricas almas de esos hombres curtidos por el resplandor y los vientos endemoniados, incesantes, encaprichados en sacar lo peor del ser humano: sus más bajos instintos. El encierro, el aislamiento habían dinamitado la confianza, el raciocinio, la camaradería. Se había adueñado de la ponzoña, las intrigas; el observar por horas la flama de un viejo candil. Encontrar en una sombra fieras que venían de las entrañas de la tierra; y en otros casos, objetos inanimados que se transformaban en parlantes adueñándose del paisaje. El fondo del mar con sus secretos, sus barcos hundidos por piratas o las inclemencias del tiempo. Tifones, maremotos; olas como montañas de piedras se estrellaban sobre las frágiles embarcaciones de madera y tiento. Rudolf: robusto y trigueño, con un amplio bigote y faja a la cintura. Pantalones amplios, camisa roída y botas al estilo militar cosaco. Vino hace años en barco de su Rusia natal, escapando de deudas de juegos y una muerte. Velázquez: bandeirante portugués, supo traficar esclavos africanos, y con la sed de oro y plata se trasladó a tierras sureñas. Fortachón con una cicatriz que surca su rostro de peleas a cuchillo y coraje. Luchiano: un viejo carabinero, había nacido en un pequeño poblado italiano del Piamonte muy cerca de Suiza; conocedor incansable de las rutas marítimas, recaló en unos de sus viajes en Ushuaia por motivo de un naufragio del bergantín “Sonniolo”, con ciento veinte almas a bordo, sufriendo las inclemencias del tiempo, tifones y aguas a punto de congelarse. Esa madrugada de 1891 fría y oscura como la noche misma, navegó por el pasaje de Drake o mar de Hoces. Anselmo: pueblerino nacido y criado donde el viento modifica los caracteres, conocía los recovecos de la isla como ninguno. Viejo pescador de centollas en las playas atiborradas de caracoles y restos de navíos. Seducido por el faro, en varias oportunidades de soledad y aislamiento juró en vano abandonarlo. Había una voz interior que frenaba sus impulsos y lo encadenaba, aprisionaba a esa luz, a esa fastuosidad casi irreal. Prefecto Ramírez, enviado desde Buenos Aires, para la custodia, encargado del instrumental y manejo del faro. Hombre de armas tomar con un carácter tortuoso y un caminar mal llevado. Prefecto Anchorena: hombre que proviene de una familia de la alta sociedad de Buenos Aires con aires de superioridad y altanería se ganó el puesto en ese lugar olvidado en los confines de la tierra.
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