Taurino Círdan Ápeiron (México) -¿Es un domingo de soledad silenciosa, no lo piensas así? —el exmilitar vestido con el uniforme antiguo, desteñido por la ausencia de guerras necesarias para la vanidad humana, se preguntaba a sí mismo por tener la convicción de que su consciencia era ella, su difunta amante antitaurina; renegaba de los rituales en donde la vida o la muerte eran azares caprichosos del aburrimiento en esos seres que ni siquiera eran dignos de ser bestiales que sacrificaban a los cornudos por el arte de jugar a ser un dios pasajero, en unas circunstancias destinadas a desaparecer con su pantomima mortal y festiva.
Al entrar la plaza de toros, en las gradas del anfiteatro no había matarifes taurinos; estaban sentados cientos de toros sementales, degollados y recargados sobre los palcos, pero mirando aun moribundos, incrédulos del espectáculo en las arenas del ruedo, embarradas con sangre destellante al rayo luminoso de ironía divina o metafísica: una mujer bípeda de cabeza vacuna, toreaba a una calavera humana a gatas vestida de militar, sonaba el pasodoble a cada giro del capote tinto. El viejo general, sin pensarlo, liberó a una vocecilla tentadora en locura lúcida, escapada de su inconsciente manchado por angustia sanguínea: “No huyas querido taurino, la vida se desangra de muerte justa”, el militar ofendido por no preguntarle a su presente viuda, volvió a mirar a los palcos circulares, esos toros se desfiguraban en rostros humanos, aterrados. En la desesperación por no poder morirse para dejar de mirarse toreados y macabros, se desgarraban con la cornamenta el pecho negro sin quererlo su voluntad cobarde, deliberada. Esa amante humanoide, sacó de su traje de torera un puñal, clavándolo en la nuca de la calavera militar, oculto en la última maniobra de pasodoble filarmónica. Al general le dolía la espina dorsal que era una rosa de puñales aromáticos; le atravesó la espalda un puñado de espinas gigantescas. ¿Eres la muerte disfrazada de realidad antihumana? —cayó muriendo en su duda insatisfecha, deseando fuese un sueño para despertar y así ir a la celebración taurina. Se escuchaba el paso doble cuando la especie de minotauros en los palcos, escupieron flores hacia el ruedo para luego morir en plenitud humanos. La mujer vacuna les lanzó una oreja humana con pelaje de toro negro. Al guerreador caído se le coloreaba roja su oído sórdido por una rosa que en él florecía sangrienta. La guerra terminaba por una amante híbrida de existencia terrícola y fantasía, simbolizando a la realidad originaria, soñándose libertad verdadera.
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Marzo 2024
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