El dealer de la avenida AméricaM. S. Alonso Cada día me baña el ensueño. Me pierdo en la pesadilla constante de la existencia, en un aquí y un ahora que no deseo. En mi cuerpo vibra el navegar de la huida. El querer volar está adherido al aire que contengo. Brotan esperanzas de posar mis ojos en nuevos horizontes. Lugares diferentes al origen del todo. Territorios nuevos, donde en los cielos se acumulen estrellas, y se posen en él, nuevas formas de diferentes colores. Un lugar donde observe bailar a los espíritus de la noche junto a los del viento, en la conjunción de eso que llaman: Aurora Boreal. En mi lugar de origen, donde, lastimosamente todavía respiro, el todo es underground. Nací donde las alcantarillas se obstruyen. La orina y las heces no se derruyen, ni tan siquiera con cinco kilos de soda caústica al día. Provengo también del hueco donde los hombres se pelean por las putas y la droga circula como agua, al igual que el ron y el cocuy de mala calidad. Procedo de los bajos fondos. Y, sin embargo, no es el barrio en sí el que es malo, o eso dice padre para consolar a madre. Es más bien, la avenida donde vivimos. ¿Acaso ese todo descomunalmente oscuro puede centrarse en un único punto? Desde los ojos de padre, sí. Desde los míos, es una situación palpable, día con día, en las zonas marginales de nuestra Valencia. Así es como, en el pasado, hubo un tiempo en el que un joven, que ya no lo es tanto, pues pasa de los cuarenta y siete años, fue conocido como “El dealer de la Avenida América”. Ese tiempo se remonta al inicio del nuevo milenio. Ricos y pobres, mujeres y hombres, jóvenes y viejos, llegaban a su casa en busca de pastillas de éxtasis, hojas de marihuana para elaborar cigarros o consumirlas en infusiones y cocaína de alta calidad. Olía a droga en toda la “Avenida América”. Y digo hubo, porque esos tiempos ya mermaron, aunque la mierda continúa estancada, como en ese entonces lo estaba. “El dealer de la Avenida América” se convirtió al cristianismo. Cuentan que ocurrió mientras estuvo en el penal de Tocuyito. Encontró a Dios en un momento de iluminación bíblica, mientras uno de los presos de mayor poder y contactos, conocido como “Pran X”, lo golpeó hasta la inconsciencia, para después violarlo, el primero, y después seis de sus guardaespaldas. Este es un hecho que jamás será reconocido por este fanático y seguidor del evangelio; al menos no a voz viva, porque el calvario siempre ha de ir por dentro. Cuentan también que, el antes traficante y suministrador de drogas, fue delatado por un infiltrado de la antigua C.I.C.P.C. que se hacía pasar por consumidor, y al que solía verse postrado en cualquier espacio de la avenida y, por supuesto, en las puertas de la casa del dealer. –¿Paahnaaoo, queeaaa hoay neeo haggy mercaaaa? –las palabras se le enredaban en la boca como si de verdad consumiera droga y alcohol en grandes cantidades. –Claro que sí, chamo –contestaba el dealer, era el único que parecía entenderle–. Está tarde llega más. Y es que, aunque el antes dealer, desde ese tiempo ya se asqueaba al ver cómo los yonquis babeaban por la droga, necesitaba el dinero para costear la enfermedad de su hermano mayor, Jacinto, y proporcionar una mejor calidad de vida a su familia. Jacinto se contagió de SIDA durante sus devaneos con las putas del área sur de Valencia y lo pagó caro. Le costó la vida. Sus favoritas eran las que trabajaban en las adyacencias de La Monumental. Una de ellas es la madre de su único hijo. Vio de él mientras tuvo fuerzas para trabajar. Después, su hermano, “el dealer de la Avenida América”, se encargaría del niño, hasta que Jacinto murió, y la puta se fue a trabajar a Cúcuta, Colombia; llevándose con ella a una de sus hermanas menores y al niño. Lo único que dejó en el mundo, el hombre amante de las putas, fue ese hijo, y lo que va dejando en el camino el antes, “dealer de la Avenida América”, son las enseñanzas de Dios. El primero, ya no piensa nada. Sus huesos yacen varios metros bajo tierra. El segundo afirma fervientemente que él sí se salvará, pues al ser fanático religioso, enderezó el camino. Yo digo que todo está por verse, mientras en las cloacas del barrio Doctor José Gregorio Hernández, no deje estancarse la mierda. Revista Mimeógrafo
Ejemplar #112 México Septiembre 2022
0 Comentarios
Deja una respuesta. |
Archivos
Marzo 2024
Categorías
Todo
|