Gritos en la oscuridadIrving Antonio Aréchar Corzo “En este mundo, inverosímil, en esta ciudad del mundo que ahora está en tinieblas, yo tengo que ir a la caza de un ser que vive de lágrimas”. THOMAS HARRIS Era una noche de escuela cuando Olivia Méndez regresaba a casa después de estudiar en casa de una compañera, tomó un camino que la llevó a un sendero llano, en tierra, abandonado durante las noches, cuando sintió que alguien la tomaba por la cintura y luego por los brazos, le tapó la boca con una de sus manos y la llevó a un espacio del terreno, donde nadie sabría lo que pasaría después. La familia de Olivia estaba preocupada por ella, pues no acostumbraba llegar tan tarde. Llamaron a la policía y dijeron lo que ocurría con su hija, mas eso no fue suficiente para que hicieran algo al respecto. Raúl (el padre), Mariana (la madre) y Patricia (la hermana) salieron a buscarla, fueron a la casa de la compañera con la que se quedó a estudiar para saber si estaba con ella. La compañera dijo no saber de ella desde que se despidieron esa tarde. La preocupación de la familia se transformó en desesperación, imaginando lo peor. Habían recorrido el sendero que había tomado Olivia antes de que desapareciera por última vez. Y por fin la encontraron. Olivia estaba acurrucada, sin nada más que la cubriera que su camisa, desgarrada de la parte superior. Lo de más de su ropa no la tenía. Raúl y Mariana la vieron, desencajados, cautivando la mirada perdida de su hija. Patricia no pudo mirar a su hermana después de la primera impresión, y se lo dejó todo a sus padres. La llevaron como estaba al carro, y todos regresaron a casa. Llegando, Olivia contaría una parte del horror que había vivido hace unas horas. —Había salido de la casa de mi compañera. Iba de regreso a la casa. Quise tomar el camino por el sendero abandonado como atajo. Iba a la mitad del camino, cuando sentí que alguien me tomaba por los brazos y me arrastraba a la oscuridad. Intenté gritar, pero me tapó la boca con una de sus manos. Me lanzó al suelo y se puso encima de mí. Intenté defenderme pero él era muy fuerte. Me desgarró la blusa, luego el sostén, la falda y el resto de la ropa. Me golpeó un par de veces en la cara. Me quedé inconsciente después, aun así pude sentir su respiración en mi cara, en mi cuello; sus dientes mordiendo mis brazos, mis piernas, mis pezones; su miembro penetrándome una y otra vez… —se derrumbó en llanto al llegar a esa parte. Raúl y Mariana lloraban durante la historia, y sólo cuando Olivia ya no pudo seguir narrándola, es cuando se acercaron a abrazarla. Patricia, por ser más débil que todos, no pudo llorar con sus padres y su hermana. Se les contó la misma historia a la policía, aunque por pequeños lapsos. El horror había terminado para la familia. Para Olivia, era sólo el comienzo. Después de aquel evento tan traumático, Olivia no pudo ver el mundo como antes, miraba sombras a su alrededor, veía rostros con sonrisas lascivas y malvadas, imaginando lo peor que podían hacerle. Cualquier sonido, por más leve que fuera, la alteraba, a tal forma que no podía continuar con el trabajo del día. El mínimo toque de alguien que no fuera de ella misma la ponía en un estado de alerta máxima. Iba armada hasta los dientes a la escuela: cuchillos de cocina, plumas de punta fina, tubos pequeño, lo que fuera para estar protegida de cualquiera que quisiese dañarla. Por las noches, soñaba con aquel que la secuestró, ultrajó y violó, por un lapso de dos horas, que para Olivia fue una eternidad en el infierno. Vivía, nuevamente, esa respiración que le dejaba la piel china, aquel hedor nauseabundo que llenaba sus labios, sus oídos, sus senos, su vagina, todo su ser; sus ojos que la miraban desnuda, de pies a cabeza y su miembro, que se encajaba en la humanidad de la joven. Era un horror inimaginable que la obligaba a gritar tan fuerte pero que nadie podía escuchar, además de ella. Lo suficiente para despertarse y no volver a dormir durante el resto de la noche. El año de aquel hecho pronto se cumpliría, y Olivia sabría la peor noticia de su vida: su hermana, Patricia, había desaparecido. Fue después de una reunión con amigas, cuando decidió regresar sola a la casa. Quiso tomar el mismo atajo que Olivia y, al igual que ella, Patricia se demoraría y la familia estaba preocupada de ello. Salieron a buscarla, llamaron a las amigas con quienes había convivido esa tarde, llamaron también a la policía para que les apoyara esta vez. Todos aceptaron y salieron en su búsqueda. Desgraciadamente, esta vez no la encontrarían. Recorrieron el sendero completo y no había señales de la joven. El peor miedo que había experimentado la familia con Olivia hace un año, se hacía realidad con su otra hija. Olivia se derrumbó por la noticia, no podía creer que su hermana ya no estaba, ver a sus padres desencajados, con lágrimas en sus rostros de desesperación, no lo podía soportar. Las pesadillas se hacían peores para Olivia durante la noche. Sería el mismo lugar pero, esta vez, no sería ella quien sufriría el martirio de ser amordazada y violada por la misma persona. Esta vez sería Patricia. Olivia sería una espectadora involuntaria de aquella tortura. La vería una y otra vez a Patricia siendo atada con una soga, de pies y de manos, mientras aquella entidad, que parecía ser un hombre de aspecto mediano, pero de complexión fornida, lo suficiente para controlar a su hermana, quien luchaba por su vida. A Olivia la sujetaría una fuerza que no podría describir, mientras miraba impotente a aquel hombre arrancarle la ropa a girones, sujetarle tan fuerte los pezones para hacerla chillar de dolor, morderle el resto del cuerpo hasta que pedir clemencia; por último, ya cuando Patricia estaba exhausta de gritar, el hombre saca una pistola de uno de sus bolsillos y se la apunta en la cabeza. Patricia vuelve a ponerse frenética y, nuevamente, pide clemencia por su vida. Lo mismo hace Olivia que intenta moverse e ir antes de que dispare, pero sigue inmovilizada por aquello que no sabe qué es. Sin la chance de poder hacerlo cambiar de parecer, el hombre dispara, y la cabeza de Patricia explota como una calabaza. Olivia grita, descomunalmente, que se despierta en seguida, haciendo lo mismo sus padres un instante después, yendo a su habitación para preguntar qué ocurría. Olivia sólo diría que fue una pesadilla. Una muy horrible. Olivia no podría dormir en las noches siguientes, sólo podía pensar en que tendría el mismo sueño si cerraba los ojos. Sólo le quedaba una cosa: buscar a Patricia. Se prepararía para salir por las noches, a esperar a cualquiera que quisiera hacer daño a las chicas que pasaran por allí. Tendría suerte y hallaría a quien secuestró a su hermana. Durante un mes, deambuló por todo el sendero, aguardando en la oscuridad, silenciosa, cauta, en espera del depredador de mujeres. Resultó que no sería sólo. Cada adolescente ha cruzado por allí, ha tenido la desgracia de encontrarse con cualquier hombre que haya querido algo más que sólo un beso de ellas. Olivia poder verlos desde una distancia considerable, podía verlo a la cara, como si pudiera ver en la oscuridad. Su ira, su lascivia, su maldad. La misma maldad que ella experimentó un año tras. Aquello resultó como una señal de alerta para Olivia para ir de inmediato en su auxilio de la joven desafortunada que pasara. Antes de que pudiera ponerle sus manos encima a la joven, Olivia le encajó unos golpes con una rama de árbol grande que encontró en el sendero, dejándolo inconsciente, igual que él y su compañero de caza le aplicó a ella hace un año. La chica salía a salvo y el hombre, golpeado, era interrogado por Olivia, de la manera más brutal que ella pudieses imaginarse. Traía una soga grande de su casa, muy parecida a la que vio sujetar a Patricia en sus sueños. Lo amarraba a un árbol para que no se moviera, mientras ella le hacía preguntas acerca de su hermana. —¿Quién eres? —preguntó el hombre. —Soy quien te dejó inconsciente, cerdo asqueroso —respondió Olivia. —Déjame ir, perra —dijo el hombre, tratando de soltarse del amarre. —No. Hasta que me respondas unas preguntas —sentenció Olivia. —¿Qué quieres saber? —preguntó el hombre, intrigado más que preocupado. —Hace un mes, una chica llamada Patricia desapareció mientras regresaba a su casa. Pasó por este mismo sendero cuando se le vio por última vez. ¿Tú sabes qué pasó? Hubo un silencio después de que Olivia preguntara por su hermana, el hombre se quedó inmóvil, mirándola con una expresión fría que ponía tensa a su captora. Luego habló: —Te digo qué le pasó. La esperé en la oscuridad, en silencio, igual que tú hace un momento. La tomé por la cintura y la llevé a la parte más oscura. Justo donde estamos nosotros ahora, muñeca. La golpeé un par de veces, la perra quedó tendida en el suelo, que no tuve la necesidad de seguirla golpeando. Le quité la ropa a jirones. ¡Por Dios!, como olía de bien. Me dediqué a olerla de pies a cabeza. Ella empezaba a recuperarse y la golpeé de nuevo. La mordí en sus hermosos senos, sus piernas, sus labios, su cuerpo. Carajos, todo me encantaba de ella, que le dejé marca en todo su cuerpo. Por último, me le puse encima y me la encajé. La muy maldita no dejaba de moverse, eso me excitó bastante. Hizo que me viniera encima muy rápido. Me enfurecí bastante que la golpeé, esta vez más fuerte. La perra no dejaba de chillar. Me detuve después de un rato. Ella ya no lloró, ni siquiera se movió. Me fui de inmediato. El impacto que tuvo la historia del hombre, resultó ser demasiado para Olivia, las lágrimas se le salieron, pero no de tristeza, sino rabia. Tomó de nuevo la rama enorme que utilizó para noquearlo, y le propinó semejante golpiza. El hombre gritó lo más que pudo pidiendo auxilio, pero nadie lo escuchaba donde estaban. Finalmente, el hombre había dejado de gritar. Olivia se dio cuenta, minutos después, que estaba muerto. Observó su rostro desfigurado, sin respiración, sin señales de vida en sus ojos, sin nada de él en vida. Y así, continuaría con la misma escena todas las noches. La última noche de Olivia como justiciera, sería cuando se cumplirían seis meses de haber visto a su hermana por última vez. Se ocultaría en lo más profundo del sendero, donde la luz de la luna no podría iluminar, aguardando, acechando, igual que un cazador a su presa. Pero esta vez no vería pasar a una mujer joven, sino a un hombre, un chico de apenas quince años, con aspecto inocente, como recién sacado de un cuento infantil. Eso no le importó a Olivia, que imaginaba al hombre que la violó y que posiblemente le hizo lo mismo a Patricia, y fue tras él, por la oscuridad, igual que las veces anteriores. El chico no alcanzó a percatarse, cuando sintió que algo lo golpeó, cayó inconsciente y Olivia lo llevó a la parte del sendero donde lo estaba aguardando. Lo amarró con una de las sogas de su padre que utilizaría en sus intervenciones. Lo amarraría de pies y manos a un árbol, y ya que estuviese completamente inmovilizado, lo despertaría para interrogarlo. —¿Quién eres? —preguntó el chico, asustado, con sangre saliendo por la parte de la cabeza donde Olivia lo golpeó un momento. —Soy quien te dejó inconsciente, niño —respondió Olivia con aire de pesadez. —¿Qué quieres? —dijo el chico mientras intentaba zafarse del amarre. —Que me respondas unas preguntas —sentenció Olivia. Le hizo saber con la mirada que dejara de moverse o enfrentaría las consecuencias. —¡Yo no sé nada! Lo juro —gritaba el chico, exaltado. —No sabes que te voy a preguntar y ya estás mintiendo —dijo Olivia. Sus ojos estaban vueltas en cólera pero se calmó. —Sé quién eres. Todos hablaban de una mujer que anda matando hombres por el sendero abandonado. Yo no he hecho nada. —¿Por qué pasaste por aquí entonces? Si no hiciste nada —Olivia estaba exasperada. Sentía la necesidad de descargar su ira con él pero antes tenía que saber su versión. —Para saber si la historia era cierta —respondió el chico. Seguía exaltado. —Esto no es lugar para niños. Intento encontrar a mi hermana —reprimió Olivia al chico. Intentaba contenerse de propinarle la golpiza. —Tampoco es para violadores. No ha habido incidentes contra mujeres desde hace año y medio —dijo el chico, convencido de su historia. —¡Mientes! Hace seis meses se llevaron a mi hermana. La policía dijo que la secuestraron cuando cruzaba por este sendero —Olivia al borde del colapso. —Te lo juro por Dios. Lo único que ha habido es asesinato de hombres, empezando por tortura, masoquismo y asesinato. No violación. El chico estaba convencido de su historia, pero Olivia no creía ninguna palabra de lo que decía. Imaginó que sería un cómplice del verdadero violador, siendo la carnada, mientras el otro tipo aguardaba que se distrajera para atacarla. Esta vez, estaría atenta. Se puso sobre el árbol donde tenía amarrado al muchacho y lanzaba maldiciones a la oscuridad, esperando que la persona que imaginaba observando, saliera de su escondite. “—¡Si no sales, hijo de la chingada, voy a matar a tu compañero! —el chico estaba gritando, suplicando que no lo hiciera— lo voy a desnudar y a azotar como a un animal, igual que lo hiciste conmigo y otras mujeres, maldito”. Olivia no escuchaba a nadie, ella sólo aguardaba su momento para cobrar venganza. No hubo respuesta durante los cinco minutos que estuvo gritando y amenazando a la nada. El chico se reprimía las ganas de llorar, al igual que las ganas de orinar. Pensaba qué saldría primero. Olivia no pudo más, y agarró su gran vara y le propinó un par de golpes al chico, a ambos lados de la cara: izquierdo y derecho. El chico gritaba de dolor después de los golpes con la vara. Las lágrimas salieron para fundirse con la sangre que salía de su cara, y la orina que hace poco estaba conteniendo, salió por fin, ensuciando sus pantalones. — “¡Es tu última oportunidad para salir, cabrón!” —gritó Olivia a la oscuridad, esperando esta vez una respuesta de su violador—. “¡Si no sales, lo voy a matar, en serio!” —Por favor, no me haga daño. Yo no vengo con nadie. Yo no he hecho nada —hablaba cortado el chico, pues se ahogaba con sus lágrimas. —¡Cállate! ¡Mienten! Todos mienten. Todos los hombres mienten. No dejan en paz así nada más. No pueden evitar violar, matar y asesinar. No pueden. Por eso andan por aquí —ahora era Olivia quien lloraba. Aquello era nada más por frustración que por miedo, como lo sentía el chico en ese momento. Cómo lo sintió ella cuando fue violada. No había paz en absoluto. Tenía que hacerse cargo ella. Nadie más lo haría. Nuevamente, agarró la vara y le propinaría otro golpe en la cara. Se aseguraría de que fuera el último. Ya no quería seguir escuchando llorar al chico. Alzó la mano con la vara, y es cuando, recién salido de un mal sueño, escuchó una voz decir su nombre, que la asombró de improviso. —¡Patricia!-dijo Olivia, dando media vuelta suya, y encontró a Patricia a medio metro de distancia, sin ninguna marca o moretón alguno. Soltó la vara a un lado del chico, y fue corriendo hacia su hermana, quien estaba congelada, con cara desangelada, sin saber por qué. La abrazó, la besó en la mejilla, pero Patricia no se movió en absoluto. Olivia se puso en frente de ella, y le preguntó por qué tanta frialdad. Patricia le propinó una cachetada a Olivia. —¿Qué hiciste? —preguntó Patricia, llorando desconsoladamente. Olivia no entendió la reacción de su hermana, fue cuando varias luces salían por todas partes en el sendero, y voces maduras que emulaban que estaban las dos chicas y el chico allí. Eran policías con linternas, acompañados de Mariana y Raúl, quienes miraban consternados a Olivia, como si no pudiesen creer que esto estuviese pasando. Menos Olivia. Desamarraron la cuerda y liberaron al chico, Olivia no quiso que soltaran, dos policías la agarraron de los brazos, la esposaron en seguida. Olivia no entendía esa reacción de ellos. Pensó que estaban cometiendo un error, pues él era el criminal, igual que su cómplice que aún seguía afuera, no ella. Pero no la escucharon. Con las esposas puestas, le fue imposible soltarse. Olivia suplicó a sus padres que le dijeran a los policías que la tenían esposada que la liberaran. Mariana soltó un llanto y se fue de su vista, Patricia la siguió, no sin antes propinarle una mirada de decepción a su hermana. Raúl fue el único que se quedó, tomó de la cara a Olivia, y le dijo: —Todo estará bien, hija. Te vamos a buscar ayuda. Les dio la señal a los dos policías que se la llevaran, sin importar que ella llorara por su padre, pidiendo que la soltaran una y otra vez. Esa sería la última vez que Olivia vería a su familia. Los horribles crímenes que se cometieron fueron, como dijo el joven que torturó Olivia: tortura y asesinato. Tuvo razón también en que no hubo incidentes de violación desde el caso de Olivia. Pero entonces, ¿qué sucedió con lo que experimentaba Olivia en sus noches de vigilancia? La horrible verdad se reveló. Al hacer un año de la violación de Olivia, ella empezó a tener horribles pesadillas, todas refiriendo al mismo lugar y la misma escena que vivió, la noche que fue brutalmente violada. Pero una tarde que regresaba a su casa de la escuela, acompañada de Patricia, sufrió un brote psicótico, de la que Patricia, en ese momento, intentó hacerla despertar pero no pudo. Olivia corrió desesperadamente de donde estaba, y se perdió, por un tiempo de seis meses. Durante ese tiempo, se reportó varios incidentes de hombres que iban acompañados de sus novias, siendo brutalmente asesinado, mientras las mujeres salían corriendo del lugar. Decían las chicas, Olivia les ordenó que abandonaran el lugar. No podían negarse, pues denotaba un cierto grado de locura que las obligaba a irse, abandonando a sus parejas masculinas, mientras estos eran terriblemente torturados por la chica violada, donde al final, les propinaba el golpe de gracia. La última víctima masculina, que corrió con suerte, sería el novio de Patricia, quien la acompañaría para buscar a su hermana. No imaginaría, que ella estuviese acechando, dispuesta a matarlo. Una locura que deseaban olvidar, como todo lo demás. Hoy en día, Olivia se encuentra en un psiquiátrico, ubicado en la ciudad de México, donde la atienden todos los días, y la vigilan constantemente, a petición de su padre, quien ha sido el único que visto por ella. Su madre y su hermana no soportan verla. No hace falta. Ella ha quedado en un trance que no saben si llegará a despertar, no puede darse cuenta de lo que hizo ni el efecto que causó sus actos. Por las noches tienen que sedarla, ya que se rehúsa a dormir. Dice que es malo para ella, pues logra escuchar sus gritos en la oscuridad. Revista Mimeógrafo
Ejemplar #112 México Septiembre 2022
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