Nada llama la atención en una noticia que el grado de impresionismo que puede dejar en los lectores. Irving Antonio Aréchar El caso de RominaIrving Antonio Aréchar (México) “El camino de la verdad puede ser de lo más sórdido.” John Katzenbach I
Nada llama la atención en una noticia que el grado de impresionismo que puede dejar en los lectores. El reportero, tomando en cuenta su código de “buscar la verdad”, deja a un lado eso, y va en búsqueda de una historia que provoque sensacionalismo. Por lo que escarba en lo más profundo del mundo, dejando por sentado cualquier sentido de moralidad que pueda haber con los involucrados(as), y marcha a toda prisa, para llenar un cuadro de papel, con una historia que contiene más mentiras que verdades. Mi caso fue el siguiente. II Perteneció a una joven universitaria llamada Romina Cáceres, fue asesinada, colgada en la entrada de una clínica que se ubicaba en la localidad de Nueva Jerusalén, Chiapas, lugar donde realizaba su servicio social, junto con Pedro Sánchez, novio de la víctima. Varias fuentes nos indicaban que el joven había sido responsable de su muerte. La pareja había tenido problemas antes de ir al pueblo, se le veía ansiosa cuando estaban, y la gente a su alrededor, enfermeras y médicos, sólo podían responder que era “culpa de Pedro”. La editorial me mandó a investigar el caso. Era mi oportunidad para demostrar mi talento. ¡Vaya idiotez! En Nueva Jerusalén, el ambiente era inhóspito y represivo. La gente nos miraba con recelo. Mi equipo de camarógrafos y yo tratamos de no molestar a nadie hasta llegar a la escena del crimen. Al llegar a la clínica, vimos las cintas de no pasar puestas por la policía local. Mostramos nuestros pases de prensa y solicitamos el permiso para entrar. El interior estaba limpio. El olor del cloro perforaba mis fosas nasales, igual que a mis compañeros. Un médico se nos acercó y nos dio los “buenos días”, luego se presentó como el encargado del lugar. -Me llamo Alejandro Ramírez. Un gusto conocerlos -habló muy cordial con nosotros. Mi presenté igual y también a mi equipo. Le pregunté cómo había consistido el brutal asesinato de la joven Romina, y confirmar si el novio era el culpable del terrible hecho. -Por supuesto. ¡Él lo hizo! Lo juro por mi madre, que aún no ha dejado este mundo -aquel comentario del doctor resultó chusco hasta cierto punto. No le dimos más vueltas a su asunto y quisimos ver el resto de la clínica. Los laboratorios se encontraban limpios y perfectamente organizados. Todo parecía encontrarse en orden. Ningún indicio que indicara haber pasado algo terrible. Eso nos dejó inquietos a todos. Necesitábamos encontrar pruebas que dieran a demostrar el inicio de la “supuesta debacle” en la relación que tenía Romina y Pedro, y todo lo que conllevó a la muerte de la chica. Primero que nada, descubrir si realmente fue el chico quien la asesinó. Pasamos al área del comedor. La rudimentaria de la cocina: charolas, platos, cubiertos. Todo estaba en su respectivo lugar. Lo mismo había sido en los laboratorios. A punto de rendirnos, uno de los camarógrafos encontró en el suelo, junto al bote de basura, un guante. Era igual al que usan los doctores. Con la diferencia, que se encontraba manchado de sangre. Tratamos de encontrar algo más. Pero no fue posible. Salimos de la cocina y nos dirigimos a la oficina del doctor Ramírez para preguntarle por el guante. ¿A quién le perteneció y por qué estaba en el suelo de la cocina? -Hay muchos doctores aquí que utilizan guantes. Por higiene -respondió el doctor Ramírez, un poco nervioso. -Pero por qué estaba en el suelo -insistí. -¡No lo sé! -respondió altanero el doctor. -Doctor, según lo que mi equipo vimos en nuestro recorrido al interior de la clínica, el lugar no se ha visitado en mucho tiempo -dije en directo. -Así es. Debido al asesinato de la joven Romina, tuvimos que dar por cerrado la clínica hasta nuevo aviso. Sólo yo he llegado a las instalaciones. A revisar que todo esté en su respectivo orden -indicó el doctor Ramírez, convencido de lo que decía. -Entonces, explíqueme: ¿Cómo llegó este guante ensangrentado a la cocina, tirado en el suelo, si usted era el único que podía llegar a la clínica tras el feminicidio? -le indiqué al doctor, para que se quebrara y contara la verdad. -No lo sé. Pudo ser un vándalo. Nunca faltan ese tipo de gentes en el pueblo. Y tras la muerte de la chica, hay mucha incomodidad en los residentes -explicó el doctor Ramírez, queriendo impresionarnos. Algo nos estaba ocultando el doctor. Pero no iba a “soltar la sopa” tan pronto. No importaba. En ese momento, nos enteramos, por medio de otra fuente anónima, de que se encontraba el cuerpo de Romina. Los padres aún no habían podido ir a reclamarlo, ni tampoco los encargados de presidencia se habían tomado la molestia de llevarlo a la capital para entregárselo. Podíamos echar un vistazo. III Nuestras primeras fuentes indicaron que a la joven la habían colgado del cuello, pero lo que vimos nos dejó con la boca llena de asco y un vacío en nuestros estómagos: a la chica le habían arrancado los ojos, le habían desmembrado el busto y abierto el vientre, sus órganos estaban en un desorden total, en sus manos y piernas habían marcas de ligaduras y moretones. A esta pobre chica la torturaron repetidas, antes de rematarla por fin. A lado del cuerpo había una carpeta. En su interior había documentos que explicaban todo lo que habíamos dicho antes. Sólo había un detalle que no se encontraba en el papel: no se encontraba una posible conclusión. No se podía determinar la causa de la muerte. Sólo podía llegarse a una suposición, como la tortura. Tomamos fotografías del cuerpo y el documento y nos dispusimos a salir de inmediato, antes que llegara alguien de la morgue y nos descubriese. Todo ameritaba a ser un caso de feminicidio severo. Sólo faltaba el motivo y autentificar lo que el pueblo decía acerca del acusado. Debíamos ir a la delegación y hablar con Pedro, donde lo tenían cautivo hasta que se dictara sentencia por parte de las autoridades en Tuxtla. Al llegar, nos topamos con la convicción de los policías, al no dejarnos pasar, y su intransigencia, ante cualquier intento de convencerlos de entrevistar al chico. IV Al parecer, a Pedro lo detuvieron el día siguiente del feminicidio de Romina. Lo encerraron ese mismo día. Desde hace una semana que anda incomunicado, sin la posibilidad de pedir un abogado. Una condición bastante severa para alguien que, según sus antecedentes, el único delito que había cometido, previo al asesinato de su novia, fue discutir acaloradamente. Las acusaciones eran severas pero las pruebas no eran contundentes. Había que atar los cabos sueltos, antes de escribir la noticia. Debíamos realizar la entrevista. Hablamos con el policía en jefe, quien nos ofreció su tiempo para entrevistarlo sobre el caso. El tipo, si bien, tenía una mirada que doblegaba hasta el hombre más valiente, se mostraba cordial ante nuestras peticiones. En su oficina, alistamos el equipo para la entrevista. Planifiqué mis preguntas para la ocasión. El hombre tomó asiento en su silla y dijo estar listo. Yo esperé un poco, en lo que las cámaras u luces estuviesen listas. Pasó un minuto, cuando mis compañeros dijeron tener todo listo. Es cuando comencé. -Buenas tardes, ¿señor?... -se me pasó preguntar su nombre. -Guillermo Flores -contestó el policía-jefe. -Buenas tardes, señor Flores. El motivo de esta entrevista es averiguar sobre el caso de Romina Cáceres, joven estudiante, que realizaba su servicio social en esta localidad, hasta hace una semana, cuando fue terriblemente asesinada y exhibida en la entrada de la clínica donde tramitaba su servicio. ¿Puede hablarnos al respecto? -puse “todos los platos sobre la mesa”. El rostro del oficial Flores denotaba incomodidad. No esperaba que yo llegara expresar el contenido completo de lo sucedido con Romina. Guardó silencio por un minuto, luego comenzó a enjuagarse los labios y dijo lo siguiente: -El feminicidio de la joven, Romina Cáceres, concluyó con la captura y aprensión del joven, Pedro Sánchez, autor del asesinato. Las autoridades del pueblo encontraron las pruebas que al chico como responsable. Igual, a partir de testimonios de personas cercanas a la pareja, confirmamos que fue un crimen pasional, producto de una rabieta por parte del hombre, que acabó en el terrible desenlace -la forma de hablar del oficial Flores fue explicado de punto a punto, sin titubeos. Era como si creyese cada aspecto de su discurso. -¿Y cuales son esas pruebas, si es tan amable de corroborar ante el público expectante? -de nuevo utilicé artimañas de reportero para incomodar al policía. Pero, para desgracia mía, el tipo se mostraba ecuánime. -Ropa de trabajo del joven manchadas con sangre de la víctima; cuchillos y otras herramientas para cirugía; joyería perteneciente a Romina que utilizó horas antes de su muerte; por último, tenemos los testimonios de compañeras de trabajo en la clínica, que afirman haber visto a Pedro ir a la clínica, un segundo antes que Romina la misma noche -sacó de sus cajones toda la evidencia que explicó. Pasó varios papeles con los testimonios de las enfermeras, como también de los residentes locales. -¿Según ustedes, dónde ocurrió el asesinato? -pregunté al oficial, pensando en el guante que encontramos en la cocina de la clínica. Debía poner a prueba la veracidad de su historia. -Por nuestras investigaciones en la escena del crimen y corroboraciones de parte del encargado de la morgue, el crimen se perpetuó entre el pasillo y el laboratorio donde realizaban sus prácticas los dos. Lo siguiente fue un intento sagaz pero horrible por parte del perpetuador, de cubrir su crimen, desmembrando el cuerpo de la víctima.-esto último nos tomó por sorpresa a mí y a mi equipo. Según el informe que nosotros vimos hace poco, no decía que el crimen se llevara a cabo en varias partes de la clínica. Muchos cabos sueltos. -¿Y están seguros que tienen toda la evidencia? -pregunté, generando desconcierto de nuestro entrevistado. -Estoy seguro. ¿Por qué la pregunta? -la pregunta del oficial Flores me obligó que le pidiera a uno de los camarógrafos que me pasara el guante de sangre que recogimos. -Por esto -le mostré la bolsa donde tenía el guante.-Igual que usted, mi equipo y yo revisamos la clínica donde se llevó a cabo el asesinato de la joven, Romina Cáceres. Y todo estaba en perfecto orden. No había señales de que alguien estuviese allí en muchísimo tiempo. Pero luego, encontramos este guante, como el que usan los doctores en cirugías, tirado en el suelo de la cocina. Puede explicarnos cómo se les pudo haber pasado por alto esta evidencia, si ya habían recopilado todas las pruebas. El oficial Flores calló por un momento. Estaba seguro de que esa información jamás lo vio venir. Había que darle el “golpe de gracia”. -Realizamos las revisiones unas cinco veces. Yo estuve presente en cada una de ellas. Puedo jurar que ese guante no se encontraba en ninguna parte de la clínica, mucho menos en la cocina, donde se llevó a cabo la mutilación postmorten -el oficial Flores seguía mostrando su cara de póker ante nosotros, aunque sus manos se les podían notar tensión, como si quisiera arrancar un pedazo del escritorio. -¡Qué conveniente para usted y su gente que después de las intensivas búsquedas que realizaron en la escena del crimen, se les haya olvidado revisar el guante que ahora tenemos!- le dije al oficial con tono altanero, esperando que él diese una confesión sobre la evidencia. -Ya no daré más preguntas. Les voy a pedir que se vayan de inmediato -se levantó de golpe y, con brusquedad, apartó las luces y cámaras que le estorbaban. De golpe, la puerta abrió, dejando entrar a dos policías con la mirada intensa. El oficial Flores les hizo una señal con la cabeza, y por consiguiente, sus dos allegados nos sacaron de la oficina, al igual que de la delegación. No tuvimos tiempo de guardar el equipo, y ya estábamos fuera del lugar. Haber provocado en el oficial Flores aquella reacción, era un punto a nuestro favor. Todos en aquella localidad sabían más de lo que nos habían dicho hasta ese momento. No hubo forma de confiar en nadie. Debíamos investigar por nuestra cuenta. Encontrar el más mínimo detalle que despertase interés. Buscar en lo más profundo. Incluso, de ser necesario, inventar unas cuantas partes. V Debido al altercado que provoqué con el oficial Flores, la gente empezó a huir de nosotros. Nadie quería ofrecer una entrevista sobre el caso de Romina. Éramos los apestados. Regresamos a la clínica. En esta ocasión, se nos negó la entrada. El doctor Ramírez dijo que esta vez no “tenía nada que decir”. Podíamos ver a los alrededores. No había ningún problema, mientras no nos viesen. En mi recorrido, encontré un camino de sangre seca que conducía a un pequeño peñasco, donde había un rastro mayor de sangre sobre una piedra enorme. Por los alrededores no había más que árboles y un profundo e inmenso silencio. Llamé al resto de mi equipo y les indiqué el peñasco. Mi gente quedó impactada por mi hallazgo. De repente, mi mente empezó a imaginarse lo que pudo haber sucedido con Romina: la joven pudo ir a la clínica por algún asunto y el responsable (ya sea Pedro o no), la siguió, causando una fuerte discusión que desató su ira y la arremetió contra ella, hasta matarla. El asesino se aseguró de que no hubiese nadie a la vista la sacó de la clínica, donde se la llevó a este lugar y la desmembró, igual que a un animal. Podría decirse que es la prueba perfecta. Pero tenía que corroborarla al cien por ciento. Necesitaba hablar con el chico. Saber si realmente lo hizo, como todos creían. El día siguiente era el último para nosotros en Nueva Jerusalén. Ya no pudimos seguir viendo el cuerpo de Romina, pues ayer por la tarde se lo llevaron a Tuxtla Gutiérrez, donde se la entregarían a su familia. ¡Qué sufrimiento para ellos saber que dejó este mundo, antes de comenzar a vivir su vida! Ante esa idea, el deseo por hablar con Pedro se hacía cada vez más intenso. Debía buscar la manera de entablar la entrevista, aunque tuviese que hacerla yo solo. VI La entrada a la delegación estaba bloqueada por lo policías, aparte de la gente que aguardaba por los alrededores, con piedras, palos y machetes, a punto de arremeter contra el chico por el asesinato de su pareja. Sólo me quedaba esperar algún descuido, para poder meterme y encontrar la celda donde lo custodiaban. Pasaron dos horas, cuando mi momento llegó. Había una puerta trasera. Era la hora de descanso. Aproveché para entrar. El lugar estaba oscuro y aparentaba un ambiente sombrío. Lo bueno que había muy pocas celdas para los presos, por lo que fue fácil encontrar al chico. A Pedro se le veía las ojeras resaltar en sus ojos. Lo más impresionante fueron las marcas alrededor de su cuello, también los brazos. El labio inferior lo tenía partido, como si alguien lo hubiese golpeado repetidas veces. Aunque fuese culpable de haber matado y desmembrado a su novia. ¿Merecía ser castigado de esa forma? Otro punto que podría explicar en mi historia. Pero, no había tiempo que perder. A lo que venía. Llamé a Pedro en un par de veces pero no me respondió. A la tercera, despertó de su entresueño. Sorprendido, el joven preguntó quién era y qué estaba haciendo allí. -Vine para hablar sobre el caso de Romina. Soy reportero -me presenté a Pedro. -¿Por qué te interesa saber mi versión? Ya todos me creen un asesino -el dolor en su voz me hizo compadecerme un poco con él. -Porque mi trabajo es contar la verdad. Y para decir la verdad acerca de tu novia, necesito que me cuentes tu historia. De principio a fin. ¿Puedes? -el chico se tardó en responder. Le recordé que no teníamos mucho tiempo, por lo que le pedí que se apresurase. De forma inmediata, aceptó. -Perfecto. Ahora dime, qué pasó contigo la noche que Romina fue asesinada -me fui de directo al asunto. Como dije antes, no contaba con mucho tiempo. -Fui a la clínica para poder hablar con ella. No pasábamos buen momento y sentí que la estaba perdiendo -contestó bien, aunque con mucha pesadez en su voz. -Según las enfermeras de la clínica, discutieron más tarde por el pasillo. ¿Sobre cuál era el motivo? -veía entre ojos la puerta que pasaba por el pasillo y a Pedro. -Empezó a actuar extraña por varios meses. Ya no me trataba con cariño como antes. Se volvió fría y posesiva conmigo. Era como si fuera otra persona. Le pregunté si ocurría algo malo con ella. Nunca me contestó -mi precaución porque no me descubrieran la olvidé por la curiosidad que levantó el relato de Pedro. -¿Le buscaste ayuda? -pregunté con escepticismo. -No. Como le dije, ya no sabía cómo actuar. Cada día se alejaba de mí. Ya no me decía a dónde iba o con quién -explicó Pedro, angustiado. -¿¡Pero no llamaste a alguien para saber la razón de su cambio repentino de personalidad!? ¿¡No te comunicaste con sus padres!? -mi curiosidad me obligó a querer alzar un poco la voz. -Llamé a su madre. Le conté lo que estaba sucediendo. Ella sólo me dijo “que ya no habría ningún problema” -aquella respuesta me puso en alerta. -¿A qué se refería con eso? -pregunté, intrigado por aquella frase por parte de la madre de Romina. -No lo sé. La noche que le hablé a su madre, fue la misma que Romina fue asesinada -una respuesta contundente para notificarla en mi noticia. Se escuchaban voces que salían desde afuera del pasillo. Había terminado el descanso. Los policías de guardia regresaban a su turno. Tenía que salir de allí. Me despedí de Pedro y me dirigí a la puerta trasera. No sin antes, que el chico me agarrase del brazo y me dijese lo siguiente: -Prométeme que publicarás mi versión de la historia -suplicó el chico con el brillo resaltando en sus ojos. -Te lo prometo, hijo -dije, queriéndome soltar de su apretón. Dejó mi brazo y me salí de inmediato del lugar. Corrí lo más rápido que pude. No me pude cerciorar si alguien me vio. No importaba. Ya tenía lo que estaba buscando. Ya en el hotel, con mi equipo descansando antes de poder regresar a casa, les conté lo que Pedro me dijo en la entrevista corta que le hice en la delegación. Al principio no me creyeron. Fue hasta que les mostré la grabadora donde tenía guardado el audio de la entrevista. Aún quedaban algunos cabos sueltos, pero podía resolverlos en el viaje de regreso, donde la familia de Romina nos respondería esa incógnita. VII Al llegar a la capital, mis compañeros acordaron que era mejor pasar a la editorial y dejar todo listo. Les dije que aún no estaba listo. Necesitaba la respuesta de la familia Cáceres. Debía ir a la casa y obtenerlas. Les dije que me dieran una hora como máximo. Ellos, por más que me advertían de lo pésima que era ir allá, aceptaron. Me dirigí a mi siguiente destino. Pasaron veinte minutos y por fin llegué a la que antes fuese la casa de Romina. Aunque no podía llamarse eso. Era una mansión que abarcaba tres viviendas comunes. Con un jardín tan grande como el parque Bicentenario. A punto de llegar a la puerta principal, mi instinto me advertía que no era buena idea. La mansión ofrecía tantas entradas, que era fácil poder utilizar alguna sin ser visto. Mi audacia adquirida en la delegación cuando entrevisté a Pedro, aún permanecía conmigo. Entré por una de las puertas. Me condujo a lo que resultó ser la cocina. No había gente a la vista. Me adentré hasta llegar a otra puerta, que dirigía a lo que parecía ser la sala. Se escuchaban voces del otro lado. Abrí, sigilosamente, y vi a quienes estaban allí. Eran personas grandes, de edad, conversando, riendo y alegrándose de algo que resultó divertido. De inmediato, capté lo que, hasta ahora, era la noticia más impactante de mi vida. La única joven que se encontraba en la sala, entre el grupo de viejos que conversaban, efusivamente, resultaría ser la mismísima Romina Cáceres. Seguramente están tan sorprendidos como yo lo estuve en esa ocasión. Fue sólo por un momento. Recordé que tenía tiempo límite. Lo que había estado buscando para resaltar mi noticia, el punto de partida de mi historia sobre el supuesto asesinato, lo tenía frente a mí. Pero, entonces, surgió la interrogante: ¿Quién era la joven que murió asesinada en la clínica? Había que resolver ese misterio. Con mi celular, le tomé una fotografía a la joven. Como estaba frente a mí, fue fácil sacarla. Cerré la puerta y salí de la cocina. Afuera, recordé el enorme árbol en el jardín. Noté junto a él, había una ventana. Me subí de inmediato, antes de que alguien me viese, y llegué hasta allí. Con la fortuna de que estaba abierta, entré. Estaba oscuro y prendí la luz. Por el diseño del cuarto, resultaría ser el cuarto de Romina. El lugar perfecto para obtener la información faltante. Revisé los cajones, los muebles, su escritorio. No había nada. Fue entonces, cuando se me ocurrió remover su cama e indagar si había algo sobre la supuesta joven que murió en su lugar. Resultó que sí. Había una carpeta con un acta de nacimiento de una supuesta Marina Cáceres, nacida el 25 de marzo de 1999, la misma fecha que nació Romina. “¿Gemelas? ¿Acaso sería eso posible?”, pensé, mientras observaba los siguientes documentos: permisos de algunas casas hogares donde Marina, al parecer, había vivido mucho antes de que la familia de Romina la incluyese. Me metí la carpeta dentro de mi playera y salí de inmediato. Una vez fuera, me dirigí a la editorial a escribir la historia de, ya no de Romina, sino Marina Cáceres. VIII Al día siguiente, la noticia salió en todos los periódicos. La historia de la muerte falsa que se adjudicó Romina Cáceres, la hermana Marina que murió asesinada en su lugar para tapar el cruel engaño que cometió sobre su novio, Pedro Sánchez, y la confabulación que hubo entre el jefe de la clínica, Alejandro Ramírez y el oficial Guillermo Flores con el crimen, todo eso salió a la luz por medio de la noticia que escribí una noche antes. Los medios hicieron un espectáculo con el acontecimiento. Se generó la pregunta: “¿Por qué la mataron?” La familia trató de negar todas las acusaciones en su contra. La evidencia que expuse en la nota del periódico, derribó todo intento de salvarse de la infamia que cometieron ante su hija y hermana, Marina Cáceres. Todo había quedado resuelto. Pedro por fin saldría libre. Se había revelado la verdad. Y yo quedaría como el héroe. O al menos, eso creí. Pasaron tres semanas desde que mi noticia dio sensación en el medio editorial. Recibí el reconocimiento por mi labor en el caso de Romina Cáceres. Varias personalidades del periodismo se acercaban a mí para hablar de la historia y mi labor en ella. Yo estaba feliz por toda la atención que había por mi trabajo. Todo bien, hasta que se apareció Romina en mi vida. Ella quiso que yo escuchara su versión de los hechos pero no se lo permití. ¿Qué debía contarme que las pruebas ya habían hecho por ella? Fue insistente por una semana. Una noche, infraganti, se metió en mi casa, igual que yo me metí a la suya y me sorprendió. Su rostro estaba demacrado, había señales de pelea en sus manos y también en sus piernas. La chica había sufrido las consecuencias por arremeter contra su gemela y su expareja. No había sido un ejemplo a seguir en ese momento pero, después de lo que observé en ella, merecía que la escuchara. Le dejé en claro media hora. No más. -Gracias -dijo Romina, suelta. Como si llevara un enorme peso sobre su hombro por mucho tiempo. -Ya cuenta lo que tengas que decirme -dije, harto de aquella situación. -Está bien. Te voy a contar este secreto. Marina no era mi hermana. Era de Pedro.-aquél secreto revelado me dejó anonadado, como cuando vi por primera vez el cuerpo de Marina. -A ver, cómo es eso. ¿Marina era hermana de tu novio? ¡Eso es imposible! Yo vi el acta de nacimiento. Decía Marina Cáceres, no Sánchez -expliqué a la joven, esperando convencerla de su error. -Era falso. Lo cambió Marina cuando supo de Pedro. Él tampoco lo podía creer. Tampoco yo al saber que mi novio tuviese una hermana. Y más, que ella se pareciese a mí -la chica se escuchaba convencida de su historia. -Pero eso no explica por qué tuviste que matarla -dije a la chica, indignado por la historia que trataba de convencerme. -¡Porque ella y Pedro querían matarme! -aquella respuesta hizo que se me pusiera la carne de gallina. -¿Por qué? Explícate -demandaba una respuesta directa. -Después de enterarse de Pedro y su relación conmigo, Marina ingenió el plan para deshacerse de mí. Me matarían los dos en Nueva Jerusalén, y ella volvería a casa, fingiendo ser yo. De esa forma, disfrutarían de una vida de lujos y riqueza -cada palabra era una abertura a mi confianza. -¿Cuándo te enteraste del plan de Marina y Pedro? -pregunté, aunque no quería saber la respuesta. -Antes de ir a realizar el servicio social. Sabía lo que tramaban desde meses antes del viaje. Pero me les adelanté -dijo Romina. -Mi equipo y yo vimos el peñasco con la roca llena de sangre. ¿Fue allí donde la mataste a Marina? -Estaba convencido de la historia de Romina. -No. La maté dentro de la clínica. Ella creyó que entrando por la puerta trasera iba a sorprenderme. Pero yo la sorprendí a ella. Con unas tijeras que se utilizan para abrir la caja torácica, se las clavé en el vientre. La muy perra se desangró de inmediato. La arrastré fuera de la clínica y la arrastré hasta llegar al peñasco, donde la rematé. Entré de nuevo a la clínica. Me puse unos guantes que encontré en el área del quirófano y limpié la sangre -eso explicó el guante en el piso de la cocina. -¿Cómo lograste salir del pueblo sin que te vieran? -pregunté, intrigado por saber su respuesta. -Me fui esa misma noche. Aproveché que Pedro estaba metido en el área de la farmacia y salí de inmediato. Poco después, ya me encontraba en la estación, a punto de salir -su respuesta era convincente. Pero había una cuestión que debía resolverse. -Aún no me explico a dónde fue el cadáver de Marina. Al día siguiente de que mi equipo y yo llegásemos a Nueva Jerusalén, se llevaron el cuerpo. ¿A dónde fue, si no era con tu familia? -esperaba poder escuchar alguna respuesta loca, convenciéndome que todo lo que me había contado, hasta el momento, fuese mentira. Pero no fue así. -Le hice creer a mi madre que debía firmarme el término de mi servicio. Cuando en realidad, estaba firmando el traslado del cuerpo de Marina a Tuxtla. Nadie más que yo estaba presente cuando me lo dieron. La llevé a un crematorio donde la incineraron. Sus cenizas las esparcí por el cerro del mirador. Nadie supo sobre Marina, ni lo que le pasó, ni que yo la matara. Hasta que lo descubriste -lo último sonó como un reclamo. Después de escuchar la historia de Romina, intentaba entender cómo fue que las cosas se suscitaran de esa manera. Y cómo fui tan idiota para no darme cuenta del engaño. Es cuando la joven me sacó de mi ensimismamiento, y me dijo lo siguiente: -Te cuento esto porque quiero que me ayudes. Rectifica mi situación en la que me pusiste. Y expone a Pedro y el plan que tenía con Marina -dijo Romina, suplicante. Decir eso, era también declarar que mi historia era falsa y que todo era un error por parte mía y de la editorial. Todos, mi equipo, mi jefe y yo, quedaríamos en una mala posición. Y me señalarían como nefasto e incompetente. No podía permitirme exponerme de esa forma. Debía negarle a la chica su petición. Aunque fuese la verdad absoluta. -¿¡Por qué no!? -las lágrimas se le salían de los ojos ante mi negativa. -Porque me puedo meter en problemas por anunciar que mi historia resultó falsa. También tú -No era cierto. Sólo trataba de salvarme el pellejo. -Ya estoy metida en problemas. Pedro ya sabe que estoy viva y que maté a su hermana. Es muy probable que intente vengarse de mí. No sé qué va a pasar conmigo. A no ser que me ayudes a contar mi historia -la desesperación en sus palabras por poco me convence. Pero bien sabía que entre los dos, yo tenía más de perder que ella. Le pedí que se fuera de mi casa. Le desee cuidado y buena suerte en el futuro. Ella lloraba mientras me suplicaba una y otra vez que la ayudase. Le repetí que no era posible. Una vez que salió, le cerré la puerta y jamás volví a saber de ella. Hasta una semana después. IX La policía la encontró en una zanja, por el cerro del mirador. Estaba terriblemente golpeada. Su cuerpo, mutilado de los pies a la cabeza. Y una pancarta de tela vieja, con la frase: “Esto es por mi hermana”. Su vientre había sido abierto, completamente, con sus órganos regados alrededor suyo. Me tocaría informar sobre el crimen. El suceso me dejó tan impactado. No quería escribir sobre ella. Lo que le pasó, fue por mí. Ella me pidió ayuda y yo se la negué. Su muerte resultaría peor que la de Marina y debía cubrirla. Una recompensa satisfactoria para cualquiera. Pero no para mí. Luego de notificar el caso en los periódicos, dejé mi cargo de reportero. La culpa me llegó en ese momento. Hasta la fecha, aún me persigue. Mi experiencia dio a entender lo que dije al principio de esta historia. Cómo la verdad, muchas veces, puede llegar a meternos en una telaraña de mentiras, de la que, una vez envueltos, ya no podemos salir. El caso de Romina quedará registrado como la historia más insólita en Chiapas. Para mí, resultó ser mi peor pecado. Su muerte estará en mi memoria por siempre. Su sangre estará en mis manos hasta el día de mi muerte. Su verdad, permanecerá oculta hasta que yo, o alguien más, la rebele ante el mundo. Si alguna vez alguien la descubre y la rebela, sólo le pido a esa persona, que por favor, verifique sus fuentes.
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