Las cenizas de mi padreCarlos Abraham Armando vivía en un municipio localizado al este del Estado, donde pudo embarazar a dos mujeres, embarazando primero a una muchacha que no tenía el gran interés en ella, y después de un tiempo a otra; además se le ocurrió sembrar un árbol de chicozapote en el jardín de la casa que le había heredado su abuela.
Pasaron los meses y la semilla del árbol creció, y por otro lado nació una niña, hacia el año de 1956. No era bueno tener una mujercita porque a los varones se les consideraba un mejor logro, de modo que creció abandonada al lado de su madre. Le llamarón Alma, “la flacucha”, no era querida en el círculo familiar del padre. Los domingos se le veía sentada en alguna de las jardineras cerca del kiosco de plaza de armas, mientras veía correr y gritar a sus primas del lado paterno, la familia materna desapareció de la sociedad un tiempo después. Al pasar los años, Alma creció como una mujer resentida del mundo, se sintió inferior por el abandono paterno, no lograba que la notaran; por otro lado, el árbol sembrado creció y cada vez se veía frondoso con sus ramas gruesas. Alma tenía un resentimiento interno, su conciencia no podía estar tranquila, comenzó a ser de las personas maniáticas e hipocondríacas, todo el tiempo se la pasaba con enfermedades, para poder estar tomando cualquier pastilla. Después de unos años, llegó a vivir al municipio una familia con sus dos hijos en etapa de preparatoria y de universidad, uno de ellos, el menor resultó ser paranoico e hipocondríaco, adicto a tomar pastillas, además miedoso, nunca logró apagar la luz en las noches, después terminó asistiendo a alguna terapia del hospital público, era muy parecido al caso de Alma. Aldo se había casado con Alicia, una chilanga que le encantaba asistir a todos los eventos musicales realizados cada fin de semana. Al llegar al municipio buscaron donde vivir, les rentaron la casa de Armando, donde ya el chicozapote estaba dando jugosos frutos. Alfredo y Alberto eran los nombres de sus dos hijos. Alberto era el preparatoriano adicto a las enfermedades, se le veía tomándose la presión, o con algún medico, para que le estuvieran escuchando sus pulmones. Entró a estudiar la universidad, para no terminarla, lástima que no logro madurar; su madre le apoyaba haciéndole fiestas y dándole cajas de medicina. Eran raros en esa familia. Aldo, serio y con poca personalidad, nunca se le supo algo interesante que hiciera en su vida, cuando empezó a estar en la etapa de enfermedades por su edad madura, un día estando hospitalizado les confesó a los miembros de su familia, que en su juventud había tenido otro nombre con otra vida y que se había llamado Armando, además había abandonado a una hija, para después desaparecer y cambiarse el nombre. Cuando llegaron a vivir ahí, hizo un enredo para decir que rentaba una propiedad que era de él mismo. Les pidió en su etapa final y por último poder ver a esa hija abandonada, para pedirle perdón por haberla dejado. Nadie sabía que Alberto tuvo una vez un encuentro de palabras con Alma, al final era la media hermana perdida, en una farmacia a un costado de la plaza de armas por la iglesia principal, ahí ellos se habían peleado por una caja de ansiolíticos, que los dos la necesitaban, ya que solo había una en existencia en ese momento. Sin querer el destino los había puesto en el mismo camino. Después de un tratamiento largo, en el Hospital Aldo, Armando falleció y Alma no pudo asistir a la funeraria para darle el ultimo adiós a su progenitor, buscó a Alfredo para que le prestara la primera noche las cenizas de su padre, este accedió amablemente, pero nunca supo lo maléfico que pasó esa noche en casa de la enferma mental de su media hermana. Pasaron diez años, Alma comenzó a frecuentar a su “Manito”, como le decía de cariño, para pedirle todo tipo de ayuda, como de buscarle recetas para pastillas o apoyarle económicamente, ya que no podía con tanta medicina que utilizaba. Alfredo tenía una familia demasiada enfermiza; por otro lado, el árbol crecía y daba chicozapote. Pasaron otros años más, Alma ya canosa y medio acabada, con la espalda encorvada, en su pose de digna se presentó en la casa de Alfredo, con una bolsa pequeña de tela que llevaba en su mano izquierda, apretándola, la abrió para sacar un frasco de plástico, contenía una parte de restos de cenizas de su padre, los que había tomado sin decir nada de la caja en la noche de la cremación, Comenzó a sacarlos y alzarlos, murmurando entre dientes alguna letanía para comenzar a lanzarlos poco a poco a las raíces del chicozapote, mientras era observada por su “Manito”, que no pudo decir ningún comentario, solo trago su saliva amarga, quedándose con una cara de: ¡Qué paso, por qué lo hace!, nunca le volvió a hablar a esa media hermana.
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Marzo 2024
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