De repente, la chiquilla escuchó un ruido que provino de los árboles; parecía ser un zumbido. Se abrazó a su papá muy fuerte. (M. S. Alonso) El canto de las chicharras M. S. Alonso (Venezuela) Abrió la puerta, y los dulces trinos de las aves acariciaronron suavemente sus pequeños oídos. Puso un pie en el suelo arenoso, hasta ahora desconocido, para luego poner el otro.
–«Es tierra, pero no es negra. Parece arena, pero no hay mar» –pensó–. «¿Me dejará mamá jugar en ella?». La pequeña levantó la cabeza, el sol besó sus ojos con uno de sus pequeños rayos. Parpadeó viendo colores: azul, amarillo, marrón, verde; también uno que otro rojo y anaranjado. –Aquí no hay mar, mami –dijo triste. –No, mi niña, no la hay, porque no es playa. El papá tomó a la pequeña entre sus brazos, dejando un tierno beso en su frente. –Es campo, Alina; aquí no hay agua salada. Tampoco hay arena. Ésta es un tipo de tierra arenosa, es tierra de campo. –Ah, es de campo. ¿Qué es campo, papi? –interrogó la niña. –Campo es todo esto que vez, hija mía. Es parte de la naturaleza, al igual que el mar que ya conoces. –No me gusta el campo, papi. No hay agua. –Sí la hay, Ali, pero es agua dulce. Aquí en vez de mar, hay ríos. En ellos también hay peces –respondió la madre. La niña se agitó en los brazos del padre, aplaudiendo. –PECES, PECES, PECES –gritó–. Yo quiero ver peces de muchos colores. –Mira lo que hay allá, Ali –dijo la madre. –Parece un perro grande, con orejas largas. –Eso que ves, es un burro. Y más allá hay unas vacas y unos caballos –respondió el padre. El aire caliente rozó el rostro de la niña. Sus fosas nasales recibieron el aroma a árboles, flores y tierra húmeda, no al salitre del mar. Los padres caminaron un rato con la niña en brazos. Dieron respuestas a cada pregunta que ella hizo. Ciertamente, aquel lugar parecía ser un enigma para la pequeña. Desde bebé, Alina fue llevada a la orilla del mar, ese era su lugar favorito. Esto de ahora era diferente. Los padres observaron cómo Alina temblaba, tenía miedo del nuevo entorno. De repente, la chiquilla escuchó un ruido que provino de los árboles; parecía ser un zumbido. Se abrazó a su papá muy fuerte. –¿Qué es eso, papi? –No temas, Ali. Ese es el canto de las chicharras. Ellas dan la vida en cada canto. Nacieron para cantar. –¡Es muy fuerte! –exclamó la niña tapándose los oídos con sus manitas. –Lo es, pequeña porque, lo es. Cantando entregan todo lo que son, hasta el día que Dios las convoque a su diestra. Por eso es tan fuerte. Cuando hacemos algo con el corazón, los humanos somos como el canto de las chicharras. –¿Ellas también son creación de Dios como los peces? –Sí, mi niña. Todo lo que ves a tú alrededor es creación de Dios, y también nosotros lo somos. –No les temeré, hermanas chicharras –dijo la niña, dando un gran abrazo a su papá y a su mamá–, porque siempre que canten, pensaré en Dios y en los Ángeles y en la Virgen y en mis papás.
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