[…] –Estrella, estrellita, por favor, trae a mí un amigo. Alguien que me acepte, que no quiera cambiarme como mi madre […] M. S. Alonso El patito tímidoM. S. Alonso (Venezuela) En memoria de Clementina Érase una vez, un patito tan pero tan tímido que nunca quiso salir del nido. La madre y sus hermanos, con algunas artimañas lo obligaban a salir, sin embargo, él muy enojado, y refunfuñando en su contra, volvía al nido. La primera, lo levantaba por la cola haciendo uso del pico, lo llevaba hasta el lago y allí lo lanzaba para que aprendiera a nadar. Los segundos, le quitaban la comida que mamá pata muy preocupada por su pequeño dejaba dentro del nido.
–Así aprenderás a buscarla por ti mismo –dijo el más fanfarrón de sus cinco hermanos. También lo empujaban cuando dormía, pues no lo consideraban de su familia. –¡Eres un cobarde! –Exclamó otro de ellos–. Te pierdes de grandes aventuras en el lago. No sé cómo mamá te soporta. Una noche, mientras todos dormían, el patito deseó tener un amigo. Miro una estrella muy brillante que se hallaba en lo alto del firmamento y pidió: –Estrella, estrellita, por favor, trae a mí un amigo. Alguien que me acepte, que no quiera cambiarme como mi madre, ni me haga a un lado como mis hermanos. Es cierto, me siento muy solo, pero también le temo al mundo más allá del nido. Y con ese deseo, el patito se durmió. A la mañana siguiente, cuando sus hermanos y madre no se encontraban en el nido, el patito tímido escuchó un ave muy diferente a las que ya conocía. Su cantar era bastante desafinado. Se encontraba en lo alto de un árbol vecino. De repente, esa ave extraña bajó del árbol y se posó a un lado del nido. –¿Qué haces aquí tan solo, bonito patito? –preguntó ella muy curiosa. –No me gusta el agua. Mi mamá y hermanos están en el lago –respondió el patito, quien pecó de mal educado al darle la espalda. –Yo no creo que no te guste el agua. A todos los patos les gusta. –Pues a mí no –estaba siendo grosero, pero no le daba confianza su cercanía. –Ya veo. ¿Tienes hambre? –el ave mostró una fruta que estaba a punto de comer. –No, no tengo hambre. Se lo estaba poniendo difícil su nuevo amigo, así que el ave decidida dijo: –Dejaré aquí este trozo de fruta para ti. Es una ofrenda de paz y de amistad. Mi nombre es Clementina, tú nueva amiga. –«¿Será posible?» –se preguntó el patito–. «¿Una amiga? ¿Para mí?» El ave, tan extraña y desafinada era una lorita. Recién había dejado el nido. Tenía varias semanas viviendo en un árbol cercano. Observaba al patito y no le agradaba lo que sus hermanitos le hacían. Tampoco le gustaba que la madre lo permitiera. Ella lo alimentaba, pero no imponía respeto. Así continuaron todas las mañanas. Clementina pasaba a dejarle en el nido fruta picada y conversaba con él. –Caminemos, patito –dijo en una ocasión. –No, yo no puedo caminar. –Claro que puedes. Solo debes intentarlo. Y el patito, guiado por las alas de su amiga por fin camino fuera del nido un largo tramo. Al volver, sintió como la naturaleza acariciaba cada pluma de su cuerpo, y decidió que ya no tendría miedo de salir del nido, no mientras su amiga estuviera con él. –Si tú estás conmigo, Clementina, no tendré miedo. –Siempre me quedaré contigo porque aunque no me veas a tú lado, yo habitaré aquí, en tu corazón; así como tú habitas en el mío. Fin
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