El flaco locoM. S. Alonso (Venezuela) Tengo un tío al que su verdadero padre no lo quiso. El hombre en cuestión, letrado, pero vil, amaba los libros, fue dueño de una librería. Dice mi padre, que abandonó a mi abuela cuando se enteró que ella estaba embarazada. Del mismo modo supe, que de él se decía, estaba tocado, es decir, loco. El nombre de ese tío poco cuerdo, es Yohel. El nombre de su progenitor, jamás lo supe. Pienso que mi abuela se lo llevó con ella a la tumba, cuando murió, puesto que ninguno de mis tíos lo sabe.
Mi padre, también es hijo de otro hombre. El señor que conocí como abuelo, es muy diferente al que lo engendró. Él los crío, y concibió con mi abuela siete hijos, de los cuales, tres murieron por aborto espontaneo. Con mi abuelo Servando, quedó demostrado el dicho popular que reza: “Padre es el que cría, no el que engendra”. En cambio, madre es una sola, figura que pesa hasta el final de nuestros días, imagen insustituible. Yohel, nació el 26 de febrero de 1953, fue el hijo más querido por mi abuela Betania. Tal sentimiento se manifestó, por ser hijo del hombre al que ella más amo. El cómo conoció a ese hombre o cómo se dieron los hechos entre ellos, es otra de las historias que se llevó con ella a la tumba. De existir un más allá, y de conservar después de mi muerte un ápice de recuerdos, creo que esa sería una de mis primeras preguntas para ella. De cuándo se comenzó a vislumbrar la locura en Yohel, no se tiene fecha exacta. Solo puedo hablar del cómo, acciones atroces que nos comentó padre, y que una de mis tías, la menor de ellas, mencionó en cierta ocasión, se debían a la mala crianza que le proporcionó mi abuela. Mala crianza en el sentido de ser su favorito, otorgándole más privilegios de los que realmente merecía, esto segundo sus palabras textuales. Palabras, que yo observó entre dos caminos. Por un lado, como celos de una hija para con su madre y por el otro, palabras dichas desde el conocimiento del cuidado de la salud mental, durante la niñez. De tantos hechos y reminiscencias, que mi padre sexagenario nos suele compartir a madre y a mí, recuerdo el cómo se enteraron ellos que no eran hijos de Servando, y cómo después de ese lamentable suceso, mi tío lo amenazó con un cuchillo de cocina. El primero, tuvo lugar, durante una pelea entre mis abuelos, en el año 1959. –Entiéndelo, Servando. Ellos también son tus hijos, es tú deber velar por ellos. ¿Acaso no prometiste hacerlo? –Reclamó mi abuela molesta. –Si se portan mal, es nuestro deber reprenderlos, en especial al Negro. –No, la que debes comprender eres tú, mujer. Mi padre, al escuchar que lo mencionaban se acercó. –¿Papá –preguntó inocentemente– usted me llamó? –NO ME DIGAS ASÍ, NEGRO. YO NO SOY TU PAPÁ. Y TAMPOCO SOY TU PAPÁ, FLACO. NINGUNO DE LOS DOS VUELVA LLAMARME PAPÁ, PORQUE NO LO SOY. AMBOS SON HIJOS DE OTROS HOMBRES. –Escupió de repente. Cuenta mi padre que a él lo impresionó su comportamiento, más, sin embargo, calló, por su carácter tímido de niño de cuatro años. De forma similar actuó mi tío. O eso creyó mi padre, en realidad, todos lo creyeron. Lo segundo, acaeció en 1961, había transcurrido poco más de un año de saber que no eran hijos de Servando. El comportamiento de mi tío los sorprendió muchísimo. Todo sucedió tan rápido, que desde aquel fatídico día, Yohel fue conocido dentro del entorno familiar como “EL FLACO LOCO”. –¡TE LO DIJE FLACO! –Recuerda mi padre que gritó Servando, persiguiendo a Yohel–. TE DIJE QUE SI VOLVÍAS A ROBARLE LOS MANGOS A LA COMADRE JULIA, TE PEGARÍA Y NO CON LA CORREA, SINO CON ESTE CHAPARRO. Levantó de su mano una especie de látigo que parecía haber pertenecido a una mata de mango o mamón de la zona. –¿TÚ, PEGARME A MÍ? –Yohel se detuvo frente a él y lo encaró–. ¡NO ERES MI PAPÁ! ¿RECUERDAS QUE HACE UN AÑO LO DIJISTE? NO ERES NADA MÍO. NO ME PONDRÁS OTRA VEZ UNA MANO ENCIMA. De uno de los bolsillos traseros de su pantalón, el niño de siete años, sacó un cuchillo de cocina y cortó con él a su padre de crianza, en el costado derecho. Por tal razón, desde aquel día Yohel es conocido como “EL FLACO LOCO”. También desde aquel día, tanto mis abuelos como mi padre, cuya edad era seis años, comprendieron, que la locura es un bien heredado, trasmitido por líneas de sangre.
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