Infancia diluidaM. S. Alonso (Venezuela) Elisa y “El Negro” se conocieron en 1973, en la última fiesta de cumpleaños del bodeguero de la calle ancha al que apodaban “El Grillo”. Todos vivan en el barrio Carmen Norte, zona a la que todavía suelen mal llamarle: sector Santa Rosa. Su amor ocurrió a primera vista, como cuando pruebas un dulce y su sabor invade todos tus sentidos. Estando de acuerdo Elisa, aunque sin su consentimiento pleno, “El Negro” solicitó conversar con los padres de ella, para visitarla una vez a la semana. A Elisa le gustó que el hombre fuera decidido, y comprendió, que si había solicitado visitarla, era porque deseaba una relación seria con ella y no solo conocerla para meterla en su cama.
Transcurrido un año de visitas semanales, ambos decidieron formalizar. Se comprometieron para casarse con todo y anillo, pero no hubo matrimonio de forma inmediata. Elisa tendría que esperar a que su padre, el señor Luis, conversara muy seriamente y casi enfadado con “El Negro”. Hombre que a primera vista daba impresión de seriedad y compromiso. –Negro –dijo el padre de Elisa, refiriéndose al prometido de su hija una tarde de sábado en la que el hombre, muy formalmente llegaba a visitar a su novia–, necesito conversar con usted antes de la visita a Elisa. Comedido, “El Negro” asintió y lo siguió. –Por supuesto, señor Luis. Dígame, ¿qué desea? En relación con la conversación llevada a cabo, ninguno de los dos dijo nada a terceros. Se comenta, por la fuerza de carácter del señor Luis, debió dejar muy en claro que su hija no era ningún juego, ni tampoco una mujer de la calle a la que prometer villas y castillas y no cumplirlas. Un año después de la conversación, Elisa y “El Negro” se casaron ante la ley de los hombres y ante la de Dios, en el registro civil del municipio Santa Rosa y la Iglesia Santa Rosa de Lima, respectivamente. Tres años después de la boda y, con mucha esperanza y dolor, pues el padre de Elisa falleció en julio de ese mismo año, nació su ansiada hija: Sophie. Con respecto a la niña, podemos decir que arribó al seno de una familia en la que ambos padres lloraban a diario, por no palpar la presencia de un bebé en casa. Podría considerarse que la niña fue un milagro, dados los problemas de fertilidad de ambos. Por esta razón, tanto “El Negro” como Elisa, intentaron procurarle una infancia feliz, a su única hija. Y es que se dice que tanto la madre como el padre supieron que su niña era especial, nada más al verla abrir los ojos, cuya mirada y color eran muy parecidos a las del Inmaculado Corazón de María, cuadro que resguardaba sus aposentos. Desde temprana edad a Sophie le gustaba ver pájaros y también quería tocarlos. Amaba la naturaleza. Sus padres solían llevarla al parque. No comprendía el mundo todavía, pero decía comprender a sus amados pájaros. Decía también querer volar como ellos; este pensamiento abordaba su mente, en especial, cuando visitaba la casa de sus abuelos y tíos paternos, quienes no soportaban a la niña, por ser la hija de “El Negro”. Aun así, a ella no le importaban ellos, sino la naturaleza, los pájaros, los juguetes y sus padres, que eran parte de su vida. Tanto le gustaban los pájaros a la niña que, para su cumpleaños número ocho, “El Negro” le regaló un muñeco de felpa de una guacamaya roja. Sophie fue feliz hasta los diez años. En 1993, cuando a la niña comenzaba a verse como una jovencita adolescente, un mal hombre que cuidaba una finca que su padre compró cuando tenía la niña seis años, la tocó en lugares donde es indebido tocar a los niños. La pequeña nunca dijo nada a sus padres sobre el cruel acontecimiento. Ellos solo observaron el cambio de personalidad en Sophie. Ella dejó de ser la niña alegre y feliz que deseaba jugar con los pájaros, al convertirse en una estadística más de niños cuya infancia es diluida en manos de los pedófilos.
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