[…] Si el ser humano una vez predijo que su futuro se hallaba en las estrellas, se había equivocado rotundamente. Ahora más bien estaba a la misma altura que las hormigas. […] Mariano Sholto Hambre en las cavernasMariano Sholto (Argentina) Cuando uno vive bajo tierra, deja de vivir como lo hacían los seres humanos de antaño, que se despertaban con luz ardiente y se dormían bañados por otra más gélida. La temperatura, dependiendo de qué tan bajo se halle uno, puede variar tremendamente. Una característica interesante de estas tribus aisladas, es que al perder el escepticismo que poseyeron una vez sus antepasados autoproclamados “avanzados”, recuperaron un sentido más fantástico y religioso, que en gran parte se debió por la pérdida de las herramientas y tecnologías que habían tardado miles de años en crear. Todo lo que quedaba del viejo mundo eran recuerdos borrosos de historias contadas una y otra vez alrededor de la fogata.
Si el ser humano una vez predijo que su futuro se hallaba en las estrellas, se había equivocado rotundamente. Ahora más bien estaba a la misma altura que las hormigas. En el caso de esta tribu, una de las más grandes que quedaban dispersas por el mundo, se movían como una vez lo habían hecho sus ancestros nómades, pero en esta era lo hacían a unos cientos de metros de profundidad. Se movían en grupos de entre 50 y 70 individuos, llevando adelante a los líderes, por lo general unos cinco hombres, que llevaban largas antorchas para prever cualquier obstáculo a una buena distancia. A su vez, el grupo que siempre se movía como un bloque llevaba otros delegados con antorchas encargados de mantener a todos por el mismo rumbo. El grupo tenía un lenguaje dispuesto de palabras cortas y silenciosas, con el fin de evitar ser sepultados por un derrumbe inusitado. Con este, podían comunicarse cómodamente y viajar durante kilómetros sin perder ningún integrante. Si el camino se ponía muy estrecho o el pasadizo era muy riesgoso, se enviaba al grupo más ágil y capaz para adentrarse y buscar un camino por el que el resto pudiese pasar. Solo los seres humanos se aferraban tanto a la vida como para llegar a estos extremos. Utilizaban sonidos cortos y no muy fuertes, la luz de las antorchas, mensajes en cadena…todo esto con tal de seguir viviendo. Sin embargo, si había algo positivo en este entorno era el problema de los depredadores, afortunadamente inexistentes. Se explica perfectamente por la casi total ausencia de cualquier tipo de carne, salvo la de roedores o murciélagos bastante escasos, por lo que los insectos habían vegetado a sus anchas. La única bebida que poseían provenía de acuíferos y algunos canales subterráneos, que traían agua de más arriba. Esto completaba suficientemente su limitada y monótona dieta. Naturalmente, el ser humano no había abandonado su instinto que lo llevaba siempre a la luz y el calor de la fogata, y agudizó más que nunca su aversión a la oscuridad. Si había depredadores asechando solo podían ser otros humanos, aunque los guías calmaban el grupo diciendo que eran rumores. Los niños y ancianos desaparecidos alimentaban estas especulaciones. El propósito del grupo que llevaba caminando días sin soles era para realizar un bautismo de fuego cerca de lo que la gente de la superficie reconocería un valle subterráneo entre dos picos, que en un primer momento habían sido estalactitas de menos de un metro y medio de longitud, y que ahora eran unas sierras de casi 120 metros de altura cada uno. El verdadero efecto de vértigo en no eran estas primeras estructuras antiquísimas, sino los gemelos de los picos, pero en provenientes del techo de roca, que envolvía todo este escenario imposible como si fuese una cúpula. Para llegar al ya mencionado valle, debían cruzar un sendero muy empinado de casi dos kilómetros de distancia, el tramo más duro antes de llegar al lugar donde tomaría lugar el ritual. El paisaje nuevo provoco una alegría general y el grupo estaba distendido, subiendo la voz más de lo normal sin alejarse nunca de la luz. Después de un rato, los líderes llamaron la atención con las flautas monótonas y agudas que solo ellos poseían y todos dejaron lo que estaban haciendo para ir a reunirse enfrente de la gran hoguera. Ellos hablaron con un tono de voz mucho más alto de lo normal, casi gritando. Significaba que el ritual estaba por comenzar. Además de conservar su miedo a la oscuridad, nos habíamos aferrado a la religión. Estos dioses incomprensibles, de los que los sacerdotes funcionaban como mediadores con los mortales, trabajaban y guiaban la suerte de la tribu como si se tratara de un asunto que poseía un fin muy borroso y del que solo los lideres conocían su verdadero propósito. Pronto, se seleccionaron los ancianos, eternas cargas del mundo subterráneo, y se los condujo por un pasadizo estrecho y oscuro, guiados por un guardia delante y uno más atrás. Este, antes de pasar por completo, cerro la abertura una roca redonda. Poco después, un instrumento que era desconocido para los más jóvenes del grupo resonó gravemente por las paredes de la gigantesca cueva. El sonido los aturdió, y los niños comenzaron a llorar, asustados como nunca antes lo habían estado, pegados a sus madres y padres. Los líderes de las tribus, molestos por la interrupción se introdujeron en el pasadizo, y un rato después el cuerno se detuvo. Anuncio a viva voz que los dioses estaban satisfechos por el momento. En secreto, llamo a los siervos más fieles, y les comento el cambio de planes recién ocurrido. Habría que hacerlo por la noche. La casa de piedra donde dormían los niños fue súbitamente iluminada por una antorcha, y su luz ilumino los jóvenes rostros. Se despertó a los niños de a pares, para que no se asustaran ante los guerreros. Estos iban a llevarlos lo más rápido posible a través del agujero. Uno de los mayores de ese grupo, por miedo a ser castigado, fingió dormir mientras veía como se llevaban a su hermano por el agujero en la pared rocosa. Los siguió sin hacer un ruido a una distancia prudencial. Camino por el pasadizo, hasta llegar a una habitación tallada en la roca donde había un grupo de 15 personas. Todos reían y comían un tipo de carne que nunca habían visto, hipnotizados por el hambre. El joven revisó la habitación con los ojos una y otra vez en busca de su hermano, pero no lo vio, tampoco al resto de los niños. Escondiéndose detrás de una saliente rocosa se acercó más, observando con horror los cuerpos de al menos diez niños degollados, casi hasta el punto de decapitarlos, y vio también a los ancianos dispuestos de maneras grotescas, con extremidades amputadas. El olor a carne le revolvió el estómago, llevándolo casi al punto del desmayo. Súbitamente sintió los pasos de un hombre que lo sacaron de su transe por la espalda y sin poder reaccionar a tiempo, sucumbió ante el puñal de piedra que le atravesaba el dorso. Apenas se retorció, pensando en lo que se llevaría a la tumba, sintiéndose engañado y confundido, traicionado. Al igual que una fogata sin combustible, el brillo de sus ojos se apagó y fue reemplazada por la oscuridad más negra de las cavernas. Cuando el cuerpo cayó sin vida, el hombre se puso a moverlo de aquel incomodo lugar y lo arrojó por un risco sin fondo, sin escuchar el sonido de impacto. Como si no hubiese pasado nada, se unió al resto de sus compañeros para llenar su estómago en aquel banquete visceral. Así estuvieron riendo y saboreando esa carne hermana, que si no hubiese sido porque ellos mismos ejecutaron a esas personas serían imposibles de diferenciar de la de un hermano o abuelo suyo. Ninguno veía el mal en la acción realizada, a ninguno le costaba tragar por un nudo de arrepentimiento en la garganta. De pronto, la llama comenzó a bailar de una manera extraña, artificial casi. Todos quedaron en silencio, mirándose curiosamente entre ellos. La llama comenzó a alargarse como un tubo no más ancho que un dedo menique, dando vueltas alrededor de ellos, acercándose a los cuerpos todavía chorreando jugos vitales. Se acercaba a todos y los rozaba sin calor y sin dejar quemaduras, como tratando de llamarles la atención sobre algún punto específico. Esta llama tomo un camino oscuro hacia un pasadizo no más alto que un infante que había pasado inadvertido por todos. El líder de los allí presentes tomó la iniciativa y se levantó de su asiento, y alentó al resto a seguirlo o a abandonar la tribu para siempre. Su cohesión funcionó perfectamente y todos lo siguieron agachados e imitando todo lo que hacía su líder, que iba a la vanguardia del grupo con una antorcha. Mientras avanzaban el camino se hacía más estrecho y se percibían mugidos casi inaudibles al final de aquel túnel sin infinito. Fuera de cualquier situación previsible una vibración tenue pero constante, que alarmó a las presas de las profundidades y el líder dio con visible agitación una orden para volver lo antes posible a su morada. En el accionar, pocos momentos después de haber empezado la retirada, la vibración se transformó en un violento terremoto y las paredes detrás del último miembro de la cadena se derrumbaron totalmente, dejándolos consternados y obligados a salir lo antes posible de aquel lugar, con la única salida posible delante de ellos. Mientras llegaban al final del túnel la vibración cesó. Al llegar a este nuevo escenario salieron con cautela uno por uno y se reunieron cerca del líder, único portador de luz en aquella tumba. Por algunos instantes conversaron sin saber exactamente qué hacer ni adonde ir. Sin embargo, la única opción posible era la más obvia, así que empezaron la marcha hacia lo desconocido, moviéndose en zigzag tratando de cubrir el mayor terreno posible. Casi al instante notaron la increíble amplitud de aquel lugar, de la altura del techo, de la ausencia de irregularidades en sus paredes y el suelo. Tocaban las paredes, apreciaban su suavidad y su temperatura agradable mientras surcaban la oscuridad buscando volver al fuego. La vibración volvió a empezar y vieron como de la luz de la antorcha volvía a brotar el tentáculo luminoso, que los guiaba esta vez a la oscuridad absoluta, hacia el origen del temblor. Siguieron estupefactos aquella luz sin dudarlo ni un segundo, cuando la luz de la antorcha se apagó repentinamente. Vieron que allá en la lejanía brillaba otra luz, de un color entre blanco y amarillo, aunque muy apagada era claramente perceptible. Los hombres vacilaron, pero impulsados por la curiosidad, esa sensación que solo puede dar miedo o valentía inmortal, avanzaron un poco más rápido. De pronto sintieron movimientos la la oscuridad, sombras fugaces pero evidentes. Se detuvieron a unos metros de la fuente de luz, su único objetivo. El tumulto de seres en la oscuridad se movía rodeándolos, deslizando sus pies por el suelo de roca, algunos rápidos, otros más lentos, con miedo. Desde todos los puntos los estaban analizando pensando en el momento preciso para atacar. Los hombres estaban aterrados con los corazones y las sienes latiendo como si la sangre quisiera escaparse de sus cuerpos, mirando hacia la nada en todas direcciones tratando de ver algo, encerrados en un círculo de miedo y pánico. Los seres que los aguardaban en la boca del lobo cerraban este círculo, volviendo los miedos de los hombres una realidad palpable e inevitable. Comenzaron a gritar, tratando de hacerlos retroceder, pero fue totalmente inútil. Uno de los depredadores entonces se atrevió a ir más allá y tocar a uno de los humanos, retrocediendo rápidamente en menos de un parpadeo. Confirmo que estaban indefensos, y el resto se atrevió a hacer lo mismo, tironeándolos, empujándolos…llevándolos a la oscuridad con ellos. De pronto el último vestigio de luz se fue tan súbitamente como apareció, y como si fuese una señal para las ciegas bestias humanoides que acechaban a la pequeña tribu, estos se abalanzaron con toda impunidad contra los indefensos invasores. De todos los flancos los golpes y mordiscos abundaron, desgarrando y fracturando extremidades, derramando sangre entre grito de agonía e intentos infructíferos de defenderse de alguna manera. Este espectáculo no duró más que un par de minutos, seguido por un silencio sepulcral y sonidos de masticación. Pocos momentos después, la luz se encendió, y las bestias una vez terminaron de comer se acercaron a esta, esperando a la siguiente comida en un estado parecido a la hibernación, en el que podrían estar meses sin comer o beber alguna cosa. Sin embargo, todo ser viviente tiene por lo menos algo parecido al hambre, y todos tienen que comer.
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