Las personas dejaron de consumir lo que hasta hacía un año les era habitual, todos los sistemas de comercio colapsaron, quienes no aprendieron a producir sus legumbres, sufrían de anemia, o peor, se volvían asaltantes primerizos, obteniendo muy malos resultados ante vecinos armados y organizados. MARIO TREVIÑO GrungeCapítulos 3-4 Mario Treviño (México) Capítulo tres De cómo los hombres creen que fornican como manejan, y por qué siempre creen que conducen un Ferrari. O de cómo un hombre se convierte en hombre cuando sabe que nadie vendrá a salvarlo. El último año. Las personas dejaron de consumir lo que hasta hacía un año les era habitual, todos los sistemas de comercio colapsaron, quienes no aprendieron a producir sus legumbres, sufrían de anemia, o peor, se volvían asaltantes primerizos, obteniendo muy malos resultados ante vecinos armados y organizados. Previsiblemente, luego del primer año, la carne comenzó a obtenerse de otros lados. Sin ley, solo la fuerza imperaba, y ante una muerte inminente, la moralidad se desvanece inexorablemente... El instinto puro, el primitivo, surgió desde lo profundo de la humanidad, esta humanidad que esperaba su fin. En ese lapso, menor a un año, el mundo se quebró. Las grandes ciudades se convirtieron en escenarios apocalípticos llenos de humo y fuego, sin electricidad fue más difícil aún curar a los heridos que, por alguna razón insistían en sanar, aun sabiendo de la muerte programada. Quizá el espíritu humano habla en un idioma que no entiende de derrotas, quizá la esperanza es una mentira inducida en su ADN, para que el parásito dentro de ti encuentre la manera de cambiar de huésped, mientras agotas tu vitalidad. Los que se curaban, veían con decepción muy pronto que ya no valía la pena aferrarse. Ya no valía la pena nada. En los pueblos, donde la gente era menos y donde todos se conocían desde niños, las cosas eran diferentes, quizá hasta la llegada de los familiares urbanos que, en una absurda huida, llegaban a la provincia pensando que lejos de las ciudades encontrarían tal vez, alguna oportunidad de sobrevivir. Así vimos incendiarse algunos pueblos no tan cercanos, pero si los más próximos, torres de humo negro, torres inclinadas y enormes, aunque a la distancia parecían solo un árbol más de entre los miles del bosque. En la mayoría de los poblados se abandonaron al trabajo y a ignorar lo que pasaba esperando que alguien lo resolviera. Como siempre. Había comida y verduras para dos años, pero ya no había dos años. Lo que había era la inminencia de un fin democrático, sin matices de castas o dinero, urbano o rural. Un fin totalitario. Las noticias sobre antropofagia no tardaron mucho en llegar al pueblo, primero como rumores, luego por las noticias que aún se daban por la TV, comenzó en las ciudades capitales. Creo que siempre estuvo más pervertida la mente de las personas allá, que las de los pueblos, probablemente fue siempre la alimentación, probablemente la rutina, probablemente la televisión, el teléfono. Cuando surgieron los caníbales, los niños fueron las primeras víctimas, desaparecían por las noches, y no pasó mucho tiempo antes de que se los robaran a plena luz del día; sé, de hecho, que este era el único sentimiento de la vida anterior que no cambió, porque los padres seguían defendiendo ferozmente a sus críos, aun a costa de la propia integridad. Luego, la evidencia de jaulas y mataderos en gran volumen, donde había personas de todo tipo. Los caníbales de temporada se habían organizado y se habían armado, iban a la antigua usanza inglesa, es decir invadían los lugares más pobres y tomaban prisioneros, solo que en lugar de esclavizarlos o comerciar con ellos, los hervían con patatas y huevos fritos. Los rumores crecían cada semana, y cada semana miraba a mi padre llegar y sentarse en el sofá a mirar TV, beber cervezas y dormir para el domingo hacer el patio. Nada cambiaba hasta que un día la TV dejó de transmitir. Y enfrentarse a la realidad fue ineludible. En nuestra alacena hacia comida aún, en las orillas del pueblo era relativamente sencillo conseguir legumbres, así que teníamos una calma densa y falsa, todos los habitantes, flaco, mariana, y los demás amigos fingían que no pasaba nada. Me recordaba el video de un grupo musical donde muñecas de plástico se derretían ante el calor del sol, así nosotros manteniendo cobardemente una mentira, gastándonos la vida en fiestas y paseos. No me parecía mal, vamos... ¿qué más se podía hacer? Tampoco era buena opción sentarse a llorar a los diecisiete años. Era tiempo de decidir, y solo había dos caminos, el primero, quizá el que escogía la mayoría de las personas que era quedarse a merced del destino y esperar el fin, o el que escogimos nosotros, disfrutar por completo cada minuto, el hedonismo era tal vez, la única recompensa a una muerte tan temprana, tan estéril. Nos divertía la idea de vivir la situación como si estuviéramos en una película, pero ese amargo sabor que se siente en la garganta y llega al corazón cada que recordábamos que no habría más, eclipsaba el pequeño placer del caos general. Mi padre seguía sin abandonar sus días en la fábrica y nosotros teníamos mucho tiempo libre. Poco a poco los apagones fueron más seguidos, más prolongados, al pueblo iban llegando cientos de personas extrañas, estas personas que nunca se quedaban, solo pasaban, pedían algo de agua y seguían su camino, la única entrada y la salida del pueblo se comenzó a llenar de autos abandonados. Decenas de autos de todo tipo, ordenados y alienados casi perfectamente en la glorieta donde si conducías, podías decidir no entrar y regresar por donde llegaste, la mayoría aparcaba junto al último auto y continuaba caminando hacia no sé dónde. No había mucho combustible en las reservas, y no había manera de llenar los tanques sin un generador que funcionaba con combustible. Personalmente me gustan los Buick, su línea y esa sensación de status me llamaban la atención más que los deportivos o algunos autos del viejo continente. Y por supuesto que había un par de ellos en el espacio de entrada a nuestro pueblo, el que más me gustaba era un “Century” color azul celeste con vivos cromados, lo había dejado una pareja que no tenía dinero ni mercancía para más gas, dicen que la mujer intercambio su cuerpo con el tendero por unas botellas de alcohol y dicen también que su marido aceptó. Yo no me di cuenta de nada, solo lo sé de los rumores, ahora había un par de Buick’s en la entrada del pueblo. Y ese lugar se convirtió en nuestro lugar de reunión, subíamos a los toldos de los autos más lujosos y bailábamos sin camisa sobre ellos, yo bailaba, aunque comenzara a llover, veía a Mariana sonriéndome, y disimular que no me veía mientras carcajeaba con sus amigas señalándome, y más gozaba al bailar. Abría el tequila mientras la lluvia mojaba mi torso, bebía un gran trago que me hacía eructar ruidosamente. Ahora que lo pienso, era inaudito que siguieran vendiendo alcohol. Que todas las casas tuvieran una buena ración de alcohol, verduras, y cerveza. Un día, a Alfredo se le acabó la droga, y todos supimos que se fue del pueblo en su motocicleta en busca de más, no lo he vuelto a ver, creo que nadie supo nada más de él. Para nosotros la vida continuó solo con pocos cambios, las fiestas eran los jueves, cada vez había personajes más extraños en ellas, el juez, el alcalde, uno de esos días el mismísimo cura de la parroquia fumó marihuana con los chicos de tercer grado, bebió vodka con los padres de Mariana, y terminó en la casa de alguno de todos ellos, nadie preguntó nada. El mismo cura que me corrió del templo por preguntarle insistentemente sobre el pasaje de Marcos, cap. 14, vers. 51-52. La decencia, es un invento que se diluye ante el fin. Estos últimos días no me gusta el camino de regreso a casa después de que oscurecer, ya que por las noches salen miles de insectos, salen del suelo, de las coladeras, de las rendijas. Miles de cucarachas llenan la acera de camino a casa, tantas son que crispean cuando caminas sobre ellas sin poder evitar el aplastarlas. Quizá están huyendo a algún lugar donde se salvarán, leí no sé dónde, hace mucho, que las cucarachas serían los únicos sobrevivientes de un cataclismo mundial, ahora por algunos momentos tenía ganas de ser una de ellas. Deseaba, tontamente, sobrevivir. Whatever makes you happy Whatever you want You're so fuckin' special I wish I was special But I'm a creep I'm a weirdo What the hell am I doin' here? I don't belong here I don't belong here Capítulo cuatro De por qué un optimista piensa que este es el mejor mundo posible y un pesimista tiene miedo de que eso sea verdad, o de por qué la sabiduría nos llega cuando ya no nos sirve de nada. El fin, el comienzo.
Llevaba ya dos años mejorando en la terapia, por el abandono materno había comenzado a tener ataques de ansiedad que derivaron gravemente a los ataques de pánico, los medicamentos me habían ayudado mucho, y podía tener una vida normal, a excepción de algunos lapsos donde las lecturas, cuando eran interesantes, me hacían hundirme durante horas o días dentro de mi propia mente y me era difícil, muy difícil discernir la realidad de la fantasía. Eso evidentemente se había terminado, ahora estaba más sano que una cabra en la montaña. Y me gustaba, ahora tenía amigos, escuchaba música, y sobre todo ya no me hacía falta mamá. Los veranos eran hermosos, olían a follaje, a campo, el sol brillaba doradamente a través de las hojas de los árboles y calentaba el agua de nuestras piletas sin calefacción, no era necesaria. De pronto, comenzaron las noticias y los rumores, toda la felicidad que había sentido, se eclipsaba lentamente al darnos cuenta que los rumores eran ciertos, el mundo terminaría pronto, o al menos el mundo que yo conocía ese era el mundo de Flaco, de Mariana, de Gordo, de todos mis amigos. Mi mundo. —¿Sabes que ya no hay esperanza verdad? —yo estaba perdido dentro de esos ojos café verdoso, quizá le contaba las pestañas. Había venido a casa a tocar mi ventana a las cuatro de la mañana, llevaba una botella de tinto, y dos cervezas de lata, calientes. Tibias quiero decir, las llevaba en su regazo, y eso las hacía más valiosas. Me había despertado en calzoncillos y con el pelo enmarañado, jamás tuve un cabello lindo, era más bien delgado y esponjado, de león. Quizá si hubiera tiempo, podría haber sido un señor con panza y poco pelo, grandes manos y una espalda enorme, casi como la de mi padre (aunque los rasgos heredados de mi madre no me hacían tan atlético como él). Pero ya no había tiempo para eso, ya no había nada. Ella, sin embargo, estaba hermosa, demacrada y hermosa, también ebria, pero hermosa. Había venido a mi casa aun de noche para hablar, el motivo: se sentía sola y le parecía que yo era el único chico que podía entenderla. Me halagaba, pero no la entendí, aunque fingía que sí. Todo lo que fuera por estar cerca de ella. Asentí, pero, aunque sabía lo de las noticias sobre el final, no entendía que ya no hubiera esperanza. Es decir, la esperanza siempre ha sido el gusano que mueve a los humanos, durante toda la historia que conocemos, la esperanza muere al final, yo no entendía que hacer con eso, ¿qué hacer con la esperanza? Cuando vi caer los grandes imperios actuales por no encontrar solución, y lo mejor que pudieron hacer todos fue huir, abandonándolo todo. Ella no trajo sacacorchos, pero abrimos la botella con un cuchillo y algo de golpes en la pared. Estábamos sentados bajo la buganvilia, en las bancas del jardín ya comenzaba a amanecer. Podía sentir su tibieza justo al lado mío, no podía pensar, solo la miraba y la escuchaba. Ella dijo: -Siempre quise ser arquitecto, como mi abuelo, construir cosas de la nada, generar sentimientos dentro de espacios con cierta luz, cierto color, ciertas vistas...- continuó. Miró la punta de sus pies, descalzos, y sonrió, pero lagrimas rebeldes salieron de sus hermosos ojos. La abracé sin pensar, le dije aun sin pensar que todo estará bien. Todo estará bien. Qué mentira tan grande. Hicimos el amor calladamente, tímidamente, entre el césped y las piedras de concreto que nos servían de camino en el jardín. Fue mi primera vez, nunca supe qué número fui para ella, no me interesaba. Ahora no quería que se terminara el mundo. Le dije que iría a ponerme algo de ropa a mi habitación, la invité a pasar y se negó sonrojándose, vaya contradicción sabiendo lo que había pasado apenas unos minutos antes. Me vestí lo más rápidamente que pude, ella me esperaba en el jardín para acompañarla a casa, cuando salí ya no estaba, ni ella ni su bicicleta, solo una botella de vino ya vacía, otra llena por la mitad y dos latas de cerveza. Me decepcionó un poco pero el recuerdo de su aroma y de su cuerpo eclipsaba fuertemente cualquier sentimiento de decepción. Tomé las cervezas y las botellas, derramé el vino en el jardín y deposité ambas botellas vacías en la basura, las cervezas las llevé a mi cuarto. Sonreía ampliamente mientras me tiré en la cama y recordaba paso por paso todo lo que había pasado, moría por ver a Flaco y contarle. Dormí otro rato, hasta que el sol estaba bastante arriba. Flaco llegó a mi casa un par de horas después, estaba alarmado y me quería decir algo, pero no se atrevía, lo confronté y le pregunté directamente qué pasaba. —¡Es Mariana, ha desaparecido desde anoche, no la encontramos! —dijo mientras miraba a través de mí, como cuando se busca la luna entre las nubes del cielo nocturno. —Vine porque sé que te importa mucho, pero no me habían autorizado a decirte nada, hasta que revisáramos los lugares en donde estaría normalmente, su padre me pidió especialmente que te preguntara yo, y que te pidiera unirte a la brigada de búsqueda. ¿quieres venir? —me dijo al tiempo que yo ya me ataba los zapatos, lo empujé hacia la puerta y tomamos las bicicletas, me miró y a pesar de la gravedad de la circunstancia me preguntó sonriente: ¿tomaste anoche? Tienes esa cara de resaca y desvelo… No lo dejé continuar. Monté en la bici y fuimos a casa de Mariana, me preguntaba si había soñado, los comentarios de flaco me hacían pensar que, si fue real, ¿pero desde qué hora salió de casa?, ¿dónde se encontraba ahora? ¿Fui al único que visitó? Llegamos a la antigua casa del alcalde, la casa que ahora era de la familia de Mariana y había un montón de gente, ya todo estaba estructurado, el padre de ella apenas me vio y se dirigió a mí. —Muchacho, tú le gustas mucho, siempre habla de ti, por favor, dime que está contigo, ¿sabes a dónde fue? ¡Ten piedad! —lo miré y no abrí la boca, negué con la cabeza y él se alejó aventándome decepcionado. Flaco que presenció todo, se rio, y dijo: —¡Ah!, con que le gustas mucho, ¿eh? —lo miré y le hice un gesto de fastidio, pero no pude evitar una sonrisa, pensaba que ella ya había hablado con sus padres sorbe mí, y que no me había dado cuenta de nada, no imaginaba absolutamente nada de eso, y ahora, Mariana estaba desaparecida. Desaparecida. Vi en los grupos de búsqueda el mapa por donde habían estado y salí hacia esos lugares en la bici, Flaco me dijo que esperara porque la estructura era hacer un barrido por zonas para ser más efectivos, se temía de algún animal, de los caníbales, de todo, pero yo sabía dónde había estado Mariana, en la madrugada, si ellos habían empezado por la zona norte a esa hora, ella perfectamente pudo verlos y esconderse, o llegar después que ellos revisaran esa parte del bosque. Yo la conocía muy bien y hacia allá fui. Tenía muchísimas ganas de verla de nuevo, y por supuesto la inquietud me ahogaba, ¿porque había huido de casa? ¿Dónde estaba ahora? ¿Por qué no me contó nada? Las preguntas me rebotaban en la cabeza mientras pedaleaba a toda velocidad, poco a poco llegue a la cima de una pequeña montaña boscosa que protege al pueblo de los vientos del norte, en una de las curvas del camino construyeron desde hacía sesenta años, una planicie con bancas y algunos asadores, era un mirador con una vista hermosa y gigantesca. Pensaba llegar ahí y descansar, para orientarme y continuar. Cuando llegué a la curva, algo me dejo sin aliento, el otrora bosque que esperaba ver, era ahora un montón de troncos sin follaje, árido y de color macilento. De algunos puntos salía humo o polvo, no supe distinguirlos bien debido a la sorpresa, ahora entendía por qué las personas que llegaban lloraban y agradecían tanto, sin embargo, cualquiera en su sano juicio no se alejaría mucho de ahí, el pueblo era digámoslo así, un oasis. Un oasis con agua, comida y protegido por las montañas. El paisaje más allá de nuestro cerco de montañas era un desastre completo, restos secos de árboles, las cimas de las montañas que recordaba con nieve y bosques, eran ahora de color tierra, sin bosque, con cientos de troncos vacíos, y muertos. Ahora el escalofrío me recorrió la espina, al pensar que Mariana pudiera estar por ahí, en algún lado corriendo peligro sin alimentos ni agua, o a merced de las bandas de forajidos caníbales que empezaban a acercarse al pueblo, seguramente los rumores de la riqueza natural que aun poseíamos llenarían de hostiles las calles donde paseábamos en bicicleta, esto pasaría muy pronto. Y tendríamos que estar preparados. Pero primero tenía que encontrar a Mariana. Where you going for tomorrow? Where you going with that mask I found? And I feel, and I feel When the dogs begin to smell her Will she smell alone? And I feel so much depends on the weather So, is it raining in your bedroom? And I see that these are the eyes of disarray Would you even care?
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