¡Crash! Fue todo lo que escuche al mirar como una camioneta blanca pasaba por encima de mi lapicero tinta negra. Fue algo terrible, una verdadera tragedia. Los pedacitos de plástico salieron volando y yo me quede ahí inmóvil viendo como pasaba el atropello, no pude hacer nada. El único consuelo que me queda ante tal desgracia, es que mis plumas murieron por la causa, sí, así es, por la causa periodística. Murieron en el cumplimiento de su deber, murieron en batalla, acompañando a esta joven reportera que día a día se juega la vida entre calles, autos y gente neurótica. O bueno, al menos eso es lo que yo creo. En tiempos como estos, donde la tecnología pulula, es muy raro o poco común ver a alguien escribiendo con plumas. Menos ver aún a un reportero escribiendo, son pocos los que lo hacen aún. Yo como estoy educada a la vieja usanza, siempre traigo conmigo una libreta y dos plumas, una tinta roja y una tinta negra. Mis fieles compañeras que apuntan datos, fechas, citas, nombres y todo lo que mi pequeña memoria cerebral no puede retener.
Estoy tan acostumbrada a usarlas que no puedo escribir nada si alguna de las dos me hace falta. ¿Dependencia? No sé. Les he tomado un cariño muy especial que no puedo más que describirlo con esa palabra, compañerismo. Y bueno es que en la oficina no hay mucha gente con quien charlar, salvo algunas veces que intercambio unos secos “Hola” y “Adiós” con la diseñadora gráfica de la empresa, pero en fin eso es otro tema. Para acabar pronto, mis plumas son mis fieles confidentes y secretarias, se encargan de apuntar todo lo que hago y saben cuándo estoy cansada, alegre, enojada o impaciente y todo por mi caligrafía o por la manera en que las sostengo. Si esas plumas hablaran me harían mis días de cubículo Godínez más placenteros. La pluma de tinta roja es la que pone los encabezados y fechas de mis apuntes, su personalidad es avallasadora, arrebatada, sensual, hipnótica, ardiente, impulsiva. La de tinta negra se encarga de apuntar la mayoría de las cosas, fechas, lugares, horas etc. Es sobria, seria, lógica, serena, tranquila, pensante. Creo que ambas plumas tienen un poco de mi personalidad, a lo mejor por eso las aprecio tanto. Por eso, ese tarde de un jueves, cuando caminaba rumbo al Congreso y al cruzar la calle tuve que correr para que no me atropellara un carro, escuche como una pluma salió de mi bolsa y toco el suelo, escuche como caía, como se abalanzaba como sacrificándose para que no me atropellaran y pudiera llegar sana y salva a realizar la encomienda ordenada. No pude hacer nada, cuando escuche que caía tuve que seguir corriendo porque si no hubiésemos sido dos las victimas de aquella camioneta y de aquel siga del semáforo. Después de ver tan cruel hecho, como una plumita era aplastada por un camionetón al sacrificarse por su dueña, no me quedo más que seguir mi rumbo pensando que al menos la roja había sobrevivido, pero no fue así. Al revisar mi bolsa, me di cuenta que la roja había desaparecido. ¿Dónde? No sé. Tal vez al ver que su fiel compañera era asesinada, decidió lanzarse al vacío a esperar a tener el mismo fin que la pluma de tinta negra. Yo que sé, lamentablemente no escucho hablar a las plumas. Ahora no me queda más que comprar otras plumas y reclutarlas en este bello oficio, el del periodismo para que un día si mi vida vuelve a correr peligro, sean dignas de morir por la causa.
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