También el silencioAdolfo Marchena Capítulo 1
1. He visionado un video de Tom Waits y ahora escucho un vinilo y no quiero dormir y tengo ganas de escribir. ¿Qué fue de ti? ¿De aquella infancia moldeada en los bosques ahora despoblados? Me gusta, aunque no me pertenece esa voz desgarrada, quejumbrosa, como metal oxidado. Me seducen esas letras que yo también pude escribir; que un día yo también escribiré. Es difícil improvisar cuando el programa se ha vuelto loco y es loca la sensación de no controlar los vientos, la gestación, el ejército de palabras que caen con la noche como promesas y tormentas que se perdieron río abajo. Pregúntamelo otra vez, te diré la verdad; la verdad no existe y tú y yo somos como el fuego, ¿no crees? Una hoguera que se niega a traficar con los libros y quemar sus páginas. Sostuvimos la precisión de la gaviota cuando se lanza en picado para atrapar el pescado y en ambos el destino; la vida y la muerte. Repítemelo otra vez. Yo te confesaré que no tengo sueño y que escapé de una torre donde no se advertían las ventanas ni las puertas. Creí verte entre la niebla, tras una cortina, desde un ángulo imposible. Como aguacero, dentro del aguacero. En definitiva, no soy otra cosa que esa voz arrebatada que te reclama y te busca porque no tiene sueño y tal vez, tal vez tenga miedo y no estoy dispuesto a venderme, como en los viejos tiempos, como en los malos tiempos. CAPÍTULO 2
2 ¿Dónde concluyen las sombras y comienza la realidad? Escucho a Joni Mitchell, sentada frente al piano, y leo los subtítulos en letras amarillas como un sol impresionista. En la calle, un hombre toca alto y suave el clarinete, pero nadie se detiene porque queda lejos de las enseñanzas en los grandes conservatorios y auditorios. Y cuando resulta gratis, pero hay un sombrero en el suelo con algunas monedas, nadie acude a la soledad de lo que fue abandonado y, en ocasiones, nos molesta la palabra y nos sobra, de tal manera que nos hace daño en las vértebras, como viejos alambiques derribados en plena prohibición. Y tú quedas en medio de todo esto, como si no fuera contigo o acaso fueras la protagonista de la escena, donde abofeteas a un desconocido y el director grita: corten. Se escucha, entonces, un frenazo brusco y todos miran hacia la esquina, donde ha derrapado el coche, y se olvidan del hombre del clarinete y de su música gratuita, mientras la gente se pregunta qué ha ocurrido, si ha sido casual, si han fallado los neumáticos o el conductor iba borracho. Escucho a Joni Mitchell, sentada frente al piano, y la vida me resulta un gran enigma, cuyo final presagia el comienzo de otra historia, mientras yo sigo buscándote, persiguiendo tus pasos con subtítulos en letras amarillas como un sol impresionista. CAPÍTULO 3
3. Mirad, exclamaron las voces, y se sentaron a dialogar como en los buenos tiempos. Se escuchaba el violín de Malikian, mil tristezas (escondidas en una botella). Disfrutas con los dioses la segunda copa, pero ocultas el misterio de su brebaje. Te infunde el valor perdido, la tristeza que provoca la muerte de la madre o del padre. La tarde en que se agotaron todas las vidas, entre la espesura y el destino. Me susurras que son necesarios los escorpiones en el postre, que se precisa del cansancio que sufrieron los pioneros en su ascenso a la montaña por primera vez. Te sientas a escuchar el rumor del río desde la otra orilla, donde no te alcanzo. Y todo percute en mí como un lamento en la distancia, en los ladridos y la congoja de la tarde. ¿Recuerdas, todavía, las mil tristezas en su avance desde la trinchera? Te hicieron de cristal y a mí de musgo. Luego llegaron, fueron llegando los países con su necesidad de arquitecturas nuevas y nos pareció todo más sereno, como la ropa tendida en los árboles del bosque. Mirad, reclamaron las voces, hemos evitado el dolor innecesario, los inútiles ejercicios en las escuelas sin pupitres. ¿Recuerdas cuando la luna caía y nos buscábamos en el páramo y lo oscuro? Supuso lo mismo, en aquel campo de batalla sin alambradas ni enemigos, sin la tierra de nadie, donde las cartas llegaban puntuales y las postales desteñían la tarde, mientras yo te buscaba de ciudad en ciudad y siempre llegaba a destiempo. CAPÍTULO 4
4. Hay palomas ocultas en los cajones de las mesillas. Visualizo un video de Nick Cave y me acuerdo de mis mejores zapatos, el corazón empañado como un espejo triste. Yo también viví en blanco y negro, cuando todo me resultaba evidente y las preguntas no existían ni hacían daño. La gente continúa siendo la misma, alabastro sin forma, proporción geométrica incorrecta, sólo que yo no pregunto, ya no pregunto, ¿dónde estabas en el noventa y dos o en el año dos mil? Como si no hubiera sucedido nada o hubiesen muerto todos los ideales. Mis viajes congelaban y detenían el tiempo, hasta que un día dejé la mochila y abandoné la esterilla y el saco de dormir. Olvidé la mochila en lo alto de un armario de la habitación y entonces dejé de formular preguntas. Hay palomas en los cajones de las mesillas que lo ensucian todo. Y los anuncios se suceden como marionetas angustiadas. Esta noche no, esta noche dejadme tranquilo, sea cualquiera la fórmula que haya escogido para abrazarme a ti. Yo también he recordado a Henry Lee y el viento se emociona como una cortina, cuando el viento sopla y la ventana está abierta, cuando el dolor parece distante y tenías la piel tan blanca. Permitidme que no enturbie su ausencia, su voz, mis recuerdos. Y me empequeñezco porque ya no me pregunto: ¿quién eras tú?, ¿con qué materia te crearon? Si no sangrabas como las canciones, los poemas o esas vivencias que se pierden en los cajones junto a las palomas. CAPÍTULO 5
5. Escucho la voz de Jeff Bridges en una canción de la banda sonora de Crazy Heart. ¿Quién no ha perdido algo o una persona en un centro comercial? Resulta duro, lo sé, pero en ocasiones acontece. Como esas tormentas que se antojan fortuitas y acontecen. Transcurre el tiempo y te sacudes los aguaceros. Es necesario. Para que algunas vagonetas en desuso se despeñen en la memoria. Un hombre desconocido nos aleja, nos espanta con sus aires de sargento y su última orden repleta de cansancio. Es necesario olvidarse de todo, ir rellenando los huecos con la bondad zaherida. Desprendernos de las cuerdas que nos ahorcan y esos días que no debieran existir porque carecen de coartada. Acodarse en la barra y olvidarlo todo. Ignorar todos los alcoholes, para que no vuelva a suceder, para que los días se sucedan como hormigas cautelosas. Días de sol y abejas, como debieran de ser todas las horas. Prolongar este estadio, esta paz necesaria, la quietud de las colinas. No es ninguna locura, ¿o acaso crees lo contrario? Sentarse en la roca con la caña de pescar y aguardar, sabedor de que la vida puede resultar un engaño y que el pez, tarde o temprano, acabará picando. Lo que me recuerda algo, los mediodías en la ciudad amurallada, esperando con un vermut en la mano, cuando traías contigo a todos los filósofos y, de alguna manera, tratábamos de apartar a Dios de los caminos. Aquello del eterno retorno que me explicaste y que no recuerdo, mientras escucho la voz de Jeff Bridges y pienso en los lugares que no he visitado y, sin embargo, me han ubicado, como las cuevas de Granada. CAPÍTULO 6
6. Piedras sumergidas contra la corriente y las mareas. En un ritual de variaciones como las de Goldberg, que no llego a distinguir. Estas Tonne, en una plaza de una ciudad italiana, en complicidad con las cuerdas de una guitarra y el incienso humeando desde el mástil. Paseaba por allí en el verano del 2013 y estaba solo, a la búsqueda tal vez de una plegaria, los desaires de una duda o el arpegio de la vida. La tarde me formula preguntas que yo no sé responder y el tiempo cuelga junto a las camisas blancas, en un tenderete donde las pinzas amarran mi cordura. ¿Es cierto que las demoras provocan pesadillas? Andaba tras tu pista por Italia, allá por el 2013, y la tarde se me vino encima como la promiscuidad y la ventisca de la burla. Vestía ajeno a los objetivos de las cámaras fotográficas, ignorando a los turistas. Vestía de negro, a pesar del sol y mi indiferencia hacia las cosas. ¿Qué tiempo hace en el reverso de tu abrigo? ¿Eres capaz de seducir también mis miedos? No quise alejarme de allí apresuradamente, porque sentía el olor de las flores que colgaban de las escarpias y los balcones. Tal vez fuera todo demasiado prematuro y yo demasiado joven. Y ahora, que visualizo los dedos de Estas Tonne, la gente sentada en torno suyo, comprendo que hice bien en no apresurarme. Desde entonces ando descalzo, portando el mismo traje, ya arrugado, como si fuera otro adalid más para continuar buscándote. Ofertando una y otra vez las mismas preguntas, añorándote en la geografía seductora de las evasivas y los misterios que me planteas cada vez que te imagino. CAPÍTULO 7
7 Observo gusanos al acecho, pájaros en deuda y serpientes muertas. El continente sumergido y las islas junto al rostro, en un amanecer sin prioridades. La condición onírica atrapa mi memoria hasta alcanzarte. Y entonces las mareas se detienen. Tan solo acaricié tu hombro y me detuvieron por un intento de robo, por exceso de confianza. Creí tocarte donde la carne era otra cuerda de guitarra, y así se lo hice saber al juez, alegando que sólo te buscaba. ¿Recuerdas nuestros chapuzones en aquel río donde nada envejecía? Aquello supuso algún mal entendido; alguna confusión. Regresé al lugar de los hechos escoltado por un viento que me susurraba y me hablaba, como tú acostumbrabas cuando me sentía solo. No son necesarias las lecciones y el argumento del desasosiego, me di cuenta, para hallar lo habitable y su bondad. Es necesario, me enseñaste el cortejo de la vida frente al cansancio de la muerte. Seguir avanzando, como los reptiles al margen del sol del mediodía, en un percutir del calor en las entrañas y en la piel. Es el encuentro con el instinto de supervivencia frente a lo incierto del porvenir. Como la botella abierta en el mantel dispuesto, cuando han tapiado las ventanas y te lo ponen difícil para entrar en la utopía y recordar que, no muy lejos, seguiré tus huellas hasta lo imposible. CAPÍTULO 8
8 Cerramos los ojos pero nada desaparece en nuestro interior; ni el temor, ni el fracaso ni las deudas. La oscuridad como otro ingrediente de la estancia, junto a las baldas, los cuadros, las lámparas dormidas. Este temblor, como de hoja seca, me arrebata la arquitectura de mis sensaciones. Y todo permanece al acecho: el comienzo elemental de las historias, el ritmo, en ocasiones torpe, del relato; las visitas siempre inoportunas a los hospitales. Al acecho como animal nocturno, donde no es preciso llamar a las cosas por su nombre. No, se trata de otra necesidad más abstracta, como un cuadro del que adviertes su punto de fuga. Aplicar luego el fuego en el cuerpo, o ese ardor que se dispersa en las mocedades y ya no regresan. La tardanza de los años cuando nada se anhela y todo, uno lo cree, está perdido. Mientras tanto, en esta espera sin relojes, la voz de Tom Waits, de nuevo, me devuelve ese momento de ingravidez y de locura. Explorados todos los desiertos, las cuevas, los acantilados. Canciones que nos devuelven al instante de aquella juventud donde todo resultaba nuevo: la carretera y sus arcenes, los moteles y sus habitaciones tristes, la desfachatez de una libertad que nos vendieron ya caduca o los dibujos de la anatomía en los márgenes de los libros. Echamos la vista atrás, con la única finalidad de desandar los pasos y encontrar los campos a punto de la recolección y su cosecha. CAPÍTULO 9
9. Soy aquel que creíste perdido en el camino y su búsqueda. Deseaba confesarte, como Elliott Murphy frente a un contestador, borracho, a las tantas de la madrugada, que he visto demasiadas promesas incumplidas como para hacerme el listo. No te hablaré tampoco de la cobardía, sabes que me deshice de ella hace tiempo, cuando plagiaron mis canciones y después el juez no me creyó y más tarde me dieron una paliza tres tipos que vestían como Ángeles del Infierno. Te confieso, eso también lo sabes, que durante una época habitó tanto fango en mi interior, que me olvidé de ciertas virtudes y costumbres necesarias. Olvidé la grandeza de un solo verso y el sentido de tantas cosas que parecían no tener valor alguno. ¿Lo recuerdas? Aquellas noches en que fumábamos cualquier tabaco y nada importaba hasta que perdimos la química del amor. Déjame que te busque ahora en la noche, en los bosques que habitaron mi infancia, en la primera línea del conflicto, si es preciso. Aunque hace tiempo que ya sólo le susurro a la nada y los maniquíes de los escaparates. Como sucede ahora, que me ausento ante tanto silencio y desnudez. Me giro y encuentro los mismos rostros taciturnos. Individuos que no saben interpretar el manual de uso de la alegría. He preparado un sobre con el dinero que me prestaste la última noche, cuando iba ciego y todos los seres humanos me parecían farolas tristes y apagadas. Tú también parecías distinta aquella noche. Comprendí, entonces, que las cosas habían cambiado entre tú y yo. Consideré, entonces, que cargar con mi mochila y arrojarme a la intemperie era lo más sensato y tú no te opusiste. CAPÍTULO 10
10. Hemos contemplado demasiados amaneceres, pero ahora nos resulta imposible distinguir la tonalidad de las primeras luces. Escucho a Jay McShann y el recuerdo me devuelve tus ojos abiertos como búho al acecho de una presa confiada y desprevenida. Eso imagino, si me lo permites, allá donde te encuentres, siempre por delante de mis pasos. Observo el movimiento y la danza de los días, su diáspora de calendario. En este antro, cuyas paredes rebosan retratos en blanco y negro y donde jugamos a las cartas y nos apostamos el alma, los anillos, la cerveza; la esperanza, incluso. Mientras el piano suena y la voz de Jay me convida a regresar a las murallas de tu antigua ciudad. Los juncos han quedado amontonados en las orillas del río y no soy capaz de distinguir la paciencia de los ancianos que aguardan la llegada del último tranvía. De repente alguien se enfada y es como si el mundo se hubiese transformado en una pecera sin habitantes, en una ciudad bombardeada. El hielo fractura los cristales de nuestras ventanas y penetra el frío. Un frío aterrador que impedía hervir el agua para preparar la sopa o el café. El saxo acompaña también esta voz desgarrada que habla de pueblos del sur a la deriva. ¿No es cierto que todo fue real? ¿O acaso, ahora lo imagino como aquel escritor que anticipó el primer viaje a la luna? Porque sí, porque algo se quedó contigo y yo lo busco en esta mesa de promiscuidad y tahúres ebrios, sin olvidar que pregoné mi adiós, cuando en realidad deseaba quedarme a tu lado y masticar tus besos, una vez más. La última noche que pasé a tu lado para, luego, perder el sentido común y el equilibrio. CAPÍTULO 11
11. Mira Jay, las aguas transcurren lentas y me concedes siete minutos para escribir, mientras tú sostienes el micrófono con las manos húmedas. Ya sé que eres negro y no son tiempos, como en Nueva Orleans, ¿te acuerdas? Has engordado, como yo, y te acodas como un viejo sabio en la barra de ese bar que nunca cierra antes del alba. ¿Quiénes somos, a fin de cuentas? Nadie cree que seamos amigos y nos sequemos el sudor de la frente el uno al otro. Que en ciertas ocasiones escribo las letras para ti y tal vez tuvimos un mismo padre, aunque yo sea blanco. Todos piensan que son meras conjeturas, que en ocasiones bebemos demasiado y divagamos. Conoces perfectamente mi pasado porque, al fin y al cabo, crecimos en la misma calle. Cuando entra papá Jones, a pesar de todo, sospecho que no pinta nada entre vosotros, que es otra historia, aunque de algún modo me aceptéis. Me aceptan los otros negros porque tú eres mi amigo y les has convencido. Te lo escuché decir una noche de silbidos y risas, cuando parecía que yo no me percataba porque había tomado demasiadas copas y pastillas. Pero lo supe, Jay, lo observaba todo. No te fíes de los que te hacen promesas y a continuación te dan la espalda y siguen con su vida, con su historias y embustes. ¿Entiendes por qué te mentí en aquel momento? Lo sé, a ti también te sucede lo mismo. Dejamos de creer en la bondad y se nos acelera el pulso con eso que tú y yo sabemos. Olvidamos aquellos amores que poblaron nuestras vidas y nos persignamos ante la siguiente partida. Es cuanto puedo decirte, Jay, y sé que me comprendes, porque no es necesario ser hermano de sangre para abarcar la geografía de la nobleza, a pesar de nuestras diferencias. ¿No crees? CAPÍTULO 12
12. Podría estar así toda la noche, contándote historias de mi infancia o hablándote del desierto de Gobi o desvelándote aspectos sobre la vida del escritor John Kennedy Toole, que se suicidó a los 31 años. ¿Qué pudo pasar por su cabeza? Van Morrison no me lo aclara, en una oscura noche de 1973, cuando yo apenas tenía seis años. Hablamos de fechas y enigmas, tenlo en cuenta, como si fuese el plano de una ciudad o la cartografía de un cuerpo que no se desvanece como la niebla. Ahora viajo en metro y me descubro, si cabe, más débil y también más torpe. Mucho más indeciso, lo confieso. Desde que te sueño me he transformado en insecto, pero continúo mirándome al espejo, afeitándome, falsificando pasaportes de pieles y arrugas y contornos de ojos cansados. La noche es una caja de cerillas húmeda donde no consigo encender el fósforo adecuado y me abraso las yemas de los dedos. Y este puto cigarrillo se me derrite como el hielo en una copa, una noche de fiesta donde los comensales se niegan a regresar a casa. ¿No fue suficiente con la última? ¿La que nos derribó, a pesar del hartazgo de tanto bourbon? Aquellas navidades, era el último día del año, viajé en taxi hasta su ciudad amurallada. El taxi me dejó en el centro de la plaza y contemplé cómo se alejaba entre las estrechas calles de la ciudad antigua. No me costó demasiado encontrar el sueño, después de escapar de los espacios acotados, pero me desperté con una tremenda resaca, como si todo fueran diálogos en mi interior. La confusión ante aquellas lenguas conque me hablaban todos los hombres y mujeres, contándome historias sobre el vaho en los espejos y la estrechez de la buhardilla, donde aguardaré tu regreso hasta la próxima resaca. Capítulo 13
13. Yo también quise ir a L. A. Calculo las distancias, como si estuviese en un cuadrilátero y me disfrazo de boxeador al que la vida ha noqueado en algún momento. ¿Lo has pensado alguna vez? Ni siquiera me lo planteo, los golpes recibidos, y recuerdo aquel coche de un amigo, recién sacado el carnet, escuchando a Loquillo y pensando en la curva cerrada que cercioró una vida. Pero se hizo preciso continuar ¿no crees? Y tal vez ahora L. A. se encuentre más cerca de lo que nunca pensé, en mi ignorancia de autoestopista sin temor a las noches al raso. El eterno retorno como un tatuaje explorando toda mi espalda. Se adhiere a mi piel el abrazo y el deseo de otras pieles. O acaso el nulo contacto con la realidad que se nos plantea, lineal y plana, como una novela inacabada, como el inciso de un catedrático ante la hemeroteca de sus días contados. Me hablan de la movida y pienso, joder, yo también tuve la mía, aún las tengo, pero no voy vendiendo ínfulas imaginarias. Amarga, traslúcida, inquieta, transparente, oscura, temerosa. ¿Cuántos adjetivos se llevó el tiempo? Caen, en las primaveras distantes, objetos que el tiempo atrae con su fugacidad de horas estáticas e insensibles. Y es hora de partir, seguramente, hacia el interior de uno mismo y de la extensión que desconocemos. Ahorrar para comprarse un pasaje al Tíbet. ¿Demasiado extremo? No lo sé, a veces el cansancio ante tus silencios prolongados, me provocan la búsqueda de nuevas perspectivas. Aunque te siga buscando y las fuentes conserven el agua donde una noche de San Juan nos sumergimos y quemamos un papel donde habíamos escrito nuestros deseos. No sé los tuyos; los míos jamás se cumplieron. Capitulo 14 (Próximamente...)
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