ColoresZaira Moreno (México) Las arcadas me despiertan en medio de la noche. El arrepentimiento por tomar agua de sandía se mezcla con el dolor de estómago. Miro el techo con estrellas a medio despegar y la pintura blanca, el remolino constante en mi interior susurra el límite de tiempo. Las mariposas pegadas a mi piel cada vez están más borrosas, su tinta se difumina cada día.
Hace meses que la voz profunda me dijo que no saltara, ahora, tirada en mi cama, me doy cuenta de lo que quiso decir. Luego de la transformación, la euforia por mis dedos largos y nariz, hizo que olvidara el precio a pagar. Con mis extremidades nuevas, corrí por las escaleras tropezando con mis propios pies. Después de varios amaneceres, por fin pude caminar en línea recta sin caerme y los moretones en la piel disminuyeron. El deseo ardiente de descubrir otros colores y tocarlos, invadió mi mente, sin recordar si quiera la bola de caos que se avecinaba. Quería sentir, aquí está. Lo tomé todo. La marea regresa como un tsunami para reclamarme de regreso. Aunque mis pies quisieran aferrarse a la arena, el momento de partir llegó. Sin aplazarlo más, acudo con la voz profunda perteneciente a esa máscara de caballo con olor a yerbabuena. Quieta sobre un banco pequeño de madera, me saluda con un gesto de desagrado con aquellos dientes amarillentos. Ni siquiera el suéter grueso evita que un escalofrío me recorra. —Vaya, por fin regresas —esas palabras hacen eco en mi cabeza. Lo único que puedo hacer es asentir en un intento de que acepte llevarme de vuelta a casa. —Pareces arrepentida, ¿por qué no te quedas un poco más? —su voz continúa resonando en mi cabeza. Niego con la mirada en el suelo, desesperada por irme. —Bueno, bueno, ahora tenemos a una pobre criatura tímida. Aprieto los puños para tragarme el torrente de réplicas por su tono sarcástico. —Sabes el costo, ¿no? ¿Valió la pena? Una lágrima empapa mi mejilla, hago una mueca a la máscara, lo que saca un gruñido de ella. —Como por lo visto hoy estás cooperando, ya no te torturaré más. Dame las dos mariposas cerca de tu brazo izquierdo. Ya sabes lo demás. Asiento de nuevo, arrastro fuera de la manga del suéter las dos mariposas más grandes y se las lanzo. Las toma con fervor y su máscara comienza a brillar. Después de un gesto de despedida, entro a la habitación iluminada con una luz blanca y cuadros a rebosar. Hay mares oscuros, edificios altos y casas de campo. Retratos con líneas y cóncavos, cielos rosados y grises. Busco el verde pálido de un pastizal y las flores apenas levantadas por el sol. Tomo una profunda exhalación con la sensación de pérdida arraigada a mis huesos. Me deshago de las prendas pesadas y salto hacia aquel paisaje. Mi pequeño cuerpo choca con las hojas, el ala oscura que quedó se dobla peligrosamente hacia abajo, sólo me queda esperar a que la tierra me lleve consigo. Di la mitad de mí para ver otras formas y desvaneceré por ello.
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Marzo 2024
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