Estigmas(Un día más, Parte 4) Carlos Segovia Monti (Argentina) Pensó maquinalmente en la mujer, hacía días… es más semanas que no sabía nada de ella. Algunas prendas todavía colgaban del pequeño armario: dos vestidos y una bombacha rosa, desteñida. Se paró y caminó tres pasos hundiendo la nariz en la minúscula bombacha. Un dejo, un rescoldo. Abrió los ojos y le echó una maldición:
—¡Que en tus muñecas y pies se corporicen los estigmas de la crucifixión del Señor! Agujeros ponzoñosos, carne putrefacta, sangre coagulada, dolor punzante, sangrado…—sangre repetía. Alimara en una pequeña habitación de San Telmo, cerca del Mercado de Pulgas, sintió por oleadas un dolor impropio seguido por un ardor y un sangrado profuso, húmedo, pegajoso, como brea que se iba derritiendo dentro de su cuerpo. Tocó sus muñecas y dio un respingo. Una mueca de asco se aposentó en su rostro el hombre que yacía semidesnudo en el sofá comenzó a vestirse con prontitud y sin mediar palabra pateó la puerta del frente. Un vendedor ambulante gritó a viva voz: ¡Churros-bolitas!, dos señoras se cruzaron de vereda hablando contra la voz de la otra. Alimara acomodó su pollera y caminó hacia el baño y con la mano sangrándole abrió la pequeña puerta del botiquín. Unas gotas se despanzurraron en la loza blanca. Tomó una gasa y envolviendo la muñeca la ató. Sacó otra gasa y dejó que recorriera la muñeca izquierda. Con la mano derecha ya vendada le hizo un nudo. Levantó las dos palmas y al juntarlas, a la altura de los ojos, dejaron ver señales de la crucifixión por debajo de las blancas gasas. Se refugió en la soledad del cuarto. De improviso sintió puntadas que la hicieron caer de bruces. Sus pies con signos de crucifixión emanaban aroma a pétalos de rosas mezclado con una horripilante pestilencia. Se arrastró. Sus pies sangrantes auguraban la petite mort. Escuchó sonidos que venían del otro lado de la puerta, pasos certeros y vio un sobre con dos estampillas descoloridas y un sello. Miró por el rabillo del ojo y el sobre comenzó a danzar. Entre sollozos aplastó el sobre, un refucilo se desprendió entre sus ojos de perlas negras. Con el sobre en la mano se esfumó en un abrir y cerrar de ojos. Se sacó los vendajes y los signos de la crucifixión habían desaparecido. Salió a la calle y escuchó un bandoneón con acordes roncos de la Cumparsita. Las calles estaban atestadas de un bullicio constante producido por el desfile de extranjeros atraídos por el Mercado de Pulgas y la Plaza Dorrego. Ella se demoró en un pintoresco variopinto, un librero, que le mostró algunos almanaques de la firma Alpargata, donde el pintor Molina Campos, rasguea como en un antiguo acorde la guitarra: el campo, la aguada, el paisano a caballo y la tapera. Anque alguna china suelta, morena, con trenzas y ojos saltones. Alimara estaba ávida de conocimientos, voltea de a una, las grandes hojas del amarillento almanaque. —¿Hace mucho que lo tiene? El librero, sentado bajo la sombra del ombú, agrandó sus ojos azules casi achinados. —Mi padre, que con Dios descanse, me lo regaló hace unos cuarenta años, más o menos. Acérquese —convino. Alimara adelantó un paso. —Mire…con mi pensión no llego a fin de mes (puso la mano a la altura del corazón) y bueno tengo que ir liberándome de algunos recuerdos. La voz se le entrecortó y sus ojos se vidriaron. Alimara sacó de la minúscula cartera tres billetes y los depositó en la mano entre abierta del anciano. Éste dio un respingo y sonrió. Ella tomó el almanaque y caminó presurosa, los acordes de una milonga se estiraron por las callejuelas y los bares con mesas de chapa redonda en las veredas. Baltes prendió un cigarrillo y se acercó a la máquina de escribir, colocó una hoja en el carro y dejó deslizar los dedos por el carrete. Un sonido metálico amortiguó la ya denegada siesta. Intentó mirar en dirección a la ventana, la cortina engrasada temblequeó y sus pensamientos viajaron por un túnel blanco con ribetes rojos en sangre. Escribió: “El segundo marinero se demora en la escalera, su traje con bordes azules transpira tabaco rancio. Se mal acomoda el cabello con los dedos y mira la estampita que llevaba en el bolsillo interior izquierdo junto a varios billetes. Se le cruza la imagen de su madre. Desciende apesadumbrado la escalera y sale a la calle. Alimara vestida con bombacha negra y un diminuto corpiño, entre abre la puerta y mira la desolada escalera. Se viste con el transparente y ajustado traje que contornea la cadera y deja entre ver las infinitas piernas cobrizas. Ya en el bar, en el rincón de costumbre, acomoda con los largos y finos dedos sus turgentes pechos, que sobresalen del corpiño. Un marinero muy joven entra al bar y hunde la mirada en la morena al final de la barra…” Baltes prende otro cigarrillo y deja que la voluta de humo le envuelva la cara y una imagen se pegotea del otro lado del vidrio. Una mujer joven, demasiado joven, de tez lechosa y cabellos rubios, desprolijos, hace señas que se acerque. Él se levanta y camina hacia la puerta. — Sí. —Estoy buscando a una tal Alimara, me dicen en el barrio: que vive con usted. —Hace días que no aparece por acá, dejó algo de ropa y se fue sin más. —Cualquier cosa, por las dudas, le dejo mi teléfono, vivo a unas cuadras y hemos estudiado juntas… en el colegio… hay una fiesta de reencuentro, ¿me entiende? Baltes asintió con la cabeza. Sus ojos se depositaron en los pequeños y redondos pechos que se asomaban por la camisa translucida. —¿No me dijo su nombre? —Analía —dijo y dejó deslizar una leve sonrisa. Se escuchó el cerrar de la puerta. Rolando Baltes dio una pitada larga y pensó automáticamente en Analía, es más cerró los ojos y esplendió una furibunda idea. Analía ya a unas cuadras se tocó con los dedos las fosas nasales, éstas goteaban sangre que comenzó a manchar la camisa. — “Qué raro pensó, esto nuca me había pasado antes” Entró en un bar y por el pasillo llegó al baño. Mirándose en el espejo vio la camisa con una mancha que de a poco se iba alargando. El goteo no cesaba, buscó papel y lo introdujo, haciendo unos bollitos en las fosas nasales. Se sacó la camisa y la lavó con rapidez en la diminuta pileta. Baltes prendió el tercer cigarrillo y tomó la calle…
0 Comentarios
Deja una respuesta. |
Archivos
Marzo 2024
Categorías
Todo
|