La pava bullía (Payana. Parte 1) (Cielo. Parte 2) (Azul y oro. Parte 3) (Estigmas. Parte 4) (Señal de la cruz. Parte 5) (Conventillo. Parte 6) (Un día más. Parte 7) Carlos Segovia Monti (Argentina) Baltes puso la pava en el fuego y buscó una hoja que comenzó a rodar por el carro. Escribió:
“Alimara meneo la cadera y su cola erecta deambuló por el salón. El marinero hundió la mirada en los pechos; ella poniendo las manos debajo del corpiño los levantó al límite de aflorar los pezones por el borde de seda negro. El marinero le pasó la mano por la cola y comenzó a subir la escalera… Ella le desprendió el pantalón y hundió la boca en el miembro del marinero, este se retorcía de placer. Ella llevó la larga cabellera hacia atrás y con la punta de la lengua dejo que el hombre acabara en forma precoz. El marinero la sacudió contra las sábanas y la penetró en diferentes posiciones… dejó tres billetes en la mesa de luz y bajó la escalera acomodándose la ropa.” La pava bullía y expulsaba bocanadas de vapor blanco por la boquilla. Rolando Baltes se levantó de la apoltronada silla y giró la perilla blanca con tres puntos rojos. Tomó el mate de calabaza y lo sacudió apoyando la palma de la mano en el extremo abierto. De la alacena agarró el paquete de yerba Unión, con suavidad dejo volcar el contenido sobre uno de los laterales del recipiente. La bombilla hundida sobre el otro lateral dejo ver el pequeño escudo azul y oro debajo de la boquilla. El agua con su clamor fue hinchando los palos y dando cuerpo al polvillo de la yerba. Apoyó la boca y succionó. —Amargo —dijo. Buscó un libro de la improvisada biblioteca, armada con cuatro cajones de manzana y leyó: «Tableau de Iínconstance des mauvais anges el des démons, en el que trata sobre todo del aquelarre de las brujas y de la licantropía, lo cual como es sabido, no es más ni menos que el poder sobrehumano que poseen el brujo o la bruja para convertirse mediante la ayuda de ciertos ungüentos y brebajes en lobo o loba, con el único fin de aterrorizar a la comarca. Se quedó pensativo y miró algunas hojas sueltas. Había un demonio que era temido por las mujeres que daban a luz, así como por las madres lactantes. Se trataba de Lamashtu, a quien los amuletos presentaban como un monstruo con torso de mujer y cabeza y garras de león en actitud de amamantar a dos cachorros, mientras duraba el parto, Lamashtu trataba por todos los medios de apoderarse de la vida de la mujer. Más tarde, en la época de lactancia del niño, intentaba vaciar los senos o producía grieta en los pezones o cualquier otro mal». Deja el libro y camina por las cuatro paredes de chapa, comienza a mirar por la pequeña ventana que da al patio. Entrecierra los ojos y hace fuerza con los párpados. Un niño de edad pequeña intenta jugar al dinenti, con poca suerte las pequeñas piedras se escapan de la palma de la mano y en un movimiento torpe golpea su cabeza contra una de las macetas. Baltes sonríe y se ceba otro mate. Un griterío interrumpe la siesta, dos mujeres robustas discuten acaloradamente. —¡Ehhh, come gato, gorda bofe! —Que boqueas, come mierda, no te dije, no te dije, que este lugar del patio es mío. —Callate chiruza, que te poné la gorra ahora, eh ahora. —Y se me la pongo y queee, me lo va a impedí vo, y cuanto má. Se escuchó un estruendo y la mujer pelirroja con los brazos tatuados, le propinó una bofetada a la morocha rechoncha con el pelo hasta la cintura. Rolando Baltes desde la ventana se ríe con todas las ganas. Da vuelta la perilla blanca con los tres puntos rojos y prende un cerillo, el fuego azulino abarca la circunferencia de la hornalla con destellos y lengüetazos anaranjados. Apoya la pava y toma otro de los libros de la improvisada biblioteca y lee: Todos los fuegos el fuego. Autopista del sur: «Al principio la muchacha del Dauphine había insistido en llevar la cuenta del tiempo, aunque el ingeniero del Peugeot 404 le daba lo mismo. Cualquiera podía mirar su reloj pero era como si ese tiempo atado a la muñeca derecha el bip de la radio mediaran otra cosa, fuera del tiempo de los que han hecho la estupidez de regresar a París por la autopista del sur un domingo a la tarde y, apenas salidos de Fontainebleau, han tenido que ponerse al paso, detenerse seis filas a los lados…» La pava bullía bailoteando por la boquilla. Baltes apagó la hornalla. Dio unas vueltas en el vano de la tarde bajando por la destartalada escalera que lo transportó al corazón del patio. Una cumbia de Los Palmeras se escuchó en la lejanía. Caminó por la empedrada calle sobre las orillas del riachuelo, comenzó a sentir un insoportable olor a naranjas, su cabeza se estrujaba como el cuero de un potro. Le latían las sienes y vio a pocos pasos a la mujer regordeta de cabellos negros, tiznados y ensortijados. A él se le encresparon los cortos cabellos de la nuca y sintió un deseo enfermizo de poseerla, como alguna vez fueron poseídos sus antepasados por el maligno o mal lucido, miró fijamente el tatuaje que cruzaba por encima de los pechos de una indefinida redondez e intento descifrarlo…la mujer movía las caderas como timbales y se perdió en la calle Olavarría. Él, caminó por la calle Palos, hasta la intersección de la calle Suarez y vio a un grupo de vecinos que bailaban al compás de frenéticos tamboriles… Se sustrajo en un poema: «Bañar de ocasos el horizonte falsear tu nombre. Arropar la farola de mustios velones. La luz produce chinescas sombras en tu eterno rostro. El puente de Alsina Ilumina la noche denegada de borracheras y cumbias. El chaperío achaparrado bosteza en las aguas somnolientas Y tres luciérnagas cruzan la desazón. Un tranvía lustra las azoradas vías y dos mujeres cruzan el empedrado hacia el bar la Perla». Se quedó mirando un punto fijo, a una mujer que con un ritmo peculiar, movía las finísimas y alargadas piernas, pensó inmediatamente en Alimara.
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Marzo 2024
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