Pituto (Payana. Parte 1) (Cielo. Parte 2) (Azul y oro. Parte 3) (Estigmas. Parte 4) (Señal de la cruz. Parte 5) (Conventillo. Parte 6) (La pava bullía. Parte 7) (Un día más. Parte 8) Carlos Segovia Monti (Argentina) La formación se detuvo en la estación San Cristóbal; Alimara se acurrucó en el asiento y Edmundo Erdosain salió a estirar las piernas. Al caminar por el andén se sintió invadido por vendedores ambulantes, compró queso y salame. En la aletargada galería el guarda movió la lámpara que pendía de su diestra y tocó dos cortos silbatos. Edmundo se apresuró a subir al estribo.
—¿Dónde estabas? Me quedé dormida. —En el andén. Te traje… —desplegó la bolsa improvisada, el aroma a salame invadió el vagón, ella relamió su labio inferior. —¡Qué rico y queso casero! —Sí, ¿vamos al comedor y nos armamos una picada? —Bien —contestó Alimara y se acomodó el escote. Los vagones se abrieron paso. Ella lo tomó de la mano y suspiró. Se detuvo en seco, y su rostro se desencajo. Le apretó tan fuerte los dedos que Edmundo Erdosain los retiró de cuajo. —¿Qué te pasa, mujer, te volviste loca? Ella no contestó. Sus muñecas comenzaron a chorrear sangre… —Lleguemos al comedor… ¡por Dios! Sacó un pañuelo y le rodeó las muñecas, apresuró los pasos. Ella pálida llegó al comedor y se desplomó en el primer asiento. —¿¡Otra vez esto!? —exclamó. Él no supo qué contestar. —Por qué crees que estoy en este tren, en medio de la nada, con alguien que no conozco. —Mirándolo de ese lado pienso que tenés razón, no sabes casi nada de mí, te quiero ayudar, si puedes decirme desde un principio lo que está pasando, juntos, podemos resolver o reparar algo. —Veo tu bondad, mejor dejemos eso para más adelante… —Mozo, dos cafés —dijo Edmundo Erdosain, tratando de salir de ese momento incómodo. Ella empezó a temblar y dos clavos oxidados fueron expulsados, entre estertores, por la boca. Un hilo grueso de sangre discurrió hasta el canto de la mesa. —¡Mujer!, ¿qué es eso que te salió por la boca? ¡Por Dios! —Ella, intentó limpiarse los labios con varias servilletas y tomó un trago doliente de café. —Y esos estigmas, ¿de dónde vienen? —Te podría mentir diciendo desde mi interior —tosió—, en realidad pensé que podía escapar… alejarme de ellos. Al principio creía que mi cuerpo generaba los estigmas, el primero en llevarlo fue Francisco de Asís. ¿Sabías? —descansó un instante—. Rolando Baltes mi… ex pareja… tiene el mal adentro, parece que eso le viene de muchas castas, puede ser desde los principios —se aquedó pensativa… Asirios... —dijo. —Me dejas con lo boca abierta, yo que me jacto de dominar el idioma… y no puedo en este momento articular dos palabras. Ella bebió otro trago. Baltes, hace un instante, hurgueteaba entre sus manos un pedazo de arcilla, la moldeó a imagen de una mujer, e introdujo por la boca dos clavos pequeños a simple vista oxidados. Sintió como en vagas imágenes a Alimara. Volvió a releer el libro Historia del Satanismo: «Entre los Babilónicos, Anu es posteriormente sustituido por Marduck, quien en la genealogía divina es nieto de Anu. En Asiria, Anu es sustituido por Assur. No se encuentra una relación que pudiera dar origen al nacimiento de los siete dioses malos y a los demonios, los cuales no solo atacan a los hombres, sino también a los dioses”. Ellos (los israelitas) no ofrecerán más sus sacrificios a los se’irim, los espíritus del macho cabrío, con los cuales se prostituye. Aparecen en el Levítico: El desierto se había convertido en refugio de todo pecado, morada del mal, que en el Levítico se identifica con la figura de Azazel. El nombre del demonio Belial no se cita en el Antiguo testamento, pero aparece en algunos textos religiosos del siglo II antes de Cristo, el libro de los jubileos y de los Testamentos de los Patriarcas. En Enoch, uno de los libros apócrifos, se hace mención de Samyaza o Semiazas, Capitán de los espíritus caídos. A su estado mayor pertenece Azazel. Por tanto puede identificarse con el propio Satán». Caminó dentro del cuarto minúsculo del conventillo, una rata chilló desde el entretecho y se dejó ver por los agujeros del cartón prensado. Baltes lanzó una puteada al aire. Se pasó la mano tosca por la cara. Un viento repentino se coló por las rendijas del alfeizar y una sombra se arrastró del otro lado del vidrio. Aplastó con la punta de la escoba y destripó con un viejo tenedor oxidado una cucaracha. Tomó una de las hojas junto al cajón de manzanas y la puso en el carro, se dejó llevar por el sonido de las teclas y escribió: “Alimara bajo la inútil escalera y caminando salió a tomar el fresco de la calle empedrada. —El último marinero sí que estaba caliente —se dijo y dejo correr una larga y triste risotada. Dos chicos pequeños pasaron a prisa hacia la calle Araoz de la Madrid y el más bajo la miró a los ojos. Ella se quedó paralizada y vio en la mirada del niño, reflejado en el iris, a Rolando Baltes, le dio escalofríos. Caminó por la calle Palos hasta Pinzón, se detuvo a la media cuadra y golpeó las manos con prontitud. Levantó la cabeza y en el segundo piso con balcón al frente, entre malvones, un rostro amigable se dejó ver y oír. Sube mujer, hacía días que te esperaba. Ella taconeó entre harapientos escalones. ¿Todavía sigues en esta pocilga? Se encogió de hombros. Alimara dio un medio giro en la diminuta habitación y comenzó a sentir, percibir un aroma a naranjas que se le impregno en las fosas nasales. Cayó en un sueño aletargado, los párpados le pesaban el triple, no podía bajo ningún concepto abrirlos. En el sueño vio su propia muerte, como si ella estuviera suspendida en el techo de la habitación, donde a cajón abierto la velaban entre mustios y desgranados malvones. Ella tenía un pituto de tres centímetros de largo clavado en su cien. Una vez había escuchado una historia sobre un asesino serial que mata niños, y a uno de ellos le hundió un trozo oxidado de metal, por puro placer, en la sien derecha. Trató en vano despertarse, el sueño se había transformada en algo insoportable, viscoso, aletargado donde ella ya no encajaba. Hasta quiso abrir y cerrar las manos entre dormida y buscar el pituto en la sien derecha, ya sin suerte su corazón se detuvo. Tomó una bocanada de aire y abrió los ojos famélicos… sin más se recostó sobre el piso y movió las piernas. Con la mano hábil tanteó un trozo de azulejo rotó a pocos centímetros de su cuerpo, esperó que el hombre cumpla con sus instintos y cuando sintió que el joven estaba a punto de acabar; ella sonrió y en un movimiento animal ensartó el trozo de azulejo en la sien del ahora moribundo que a borbotones expulsaba una sanguinolenta y grumosa línea que discurría hasta el piso. Pasó la mano extendida en actitud de limpiarse los dedos en la camisa del occiso y un resplandor se aposento en el rabillo del ojo. Dejo que su larga y plumosa cabellera se asentara en sus caderas y sin mediar palabra acomodándose la diminuta bombacha roja se levantó dejando bambolear los pechos con los pezones erectos. Una sonrisa se desplegó por la comisura de sus labios”. Baltes hizo girar el carro y la sacó. Prendió un cigarrillo de los que venden en el quiosco, sueltos. El humo en volutas giraba en su rostro, unas arrugas lo surcaban y dejaban expuesta una vieja cicatriz en el pómulo derecho hecha a navaja. Un gato anaranjado con líneas blanquecinas se descolgó por el alfeizar de la ventana, ronroneó y pasó su cola por la rodilla del hombre detrás de la máquina de escribir. Éste estiró la mano y lo acarició. Levantándose algo entumecido abrió el cajón de madera del ruinoso bajo mesada, y se vio reflejado en la única ventana. Agarró la cuchilla con mango de plástico blanco y la movió con una velocidad tal que cercenó una parte la cola del animal. Sin prestar interés tomó el libro de la mesa y comenzó a leer: «La voz se enronquece hasta desaparecer; el enfermo experimenta ahogos y echa espuma por la boca; sus dientes chocan entre sí, sus manos se retuercen y sus ojos giran, pierde el conocimiento y, a veces, arroja excrementos por el ano. En algunos, el ataque incide sobre el lado derecho o el lado izquierdo; en otros, se generaliza a todo cuerpo. Dio vuelta la página y continuó leyendo: El milagro de Cristo sería, no ya expulsar al espíritu impuro, sino más bien el hecho de impedir que se metiera otra vez en el cuerpo. Y, evidentemente, la causa de este mal sería el Mal en persona: el demonio. Está escrito en el Deuteronomio (VI, 13-15).Teme al Eterno, tu Dios, sírvele a Él y jura por sus nombre. No vayas en busca de otros Dioses, de los muchos que habrá en vuestro alrededor. Porque es un Dios celoso, el Eterno, tu Dios». Insufló los pulmones y dio una pitada endemoniada al cigarrillo o lo que aquedaba de él, se mojó el dedo índice con saliva y dio vuelta la hoja, leyó: Satán sentía especial predilección en seducir a quienes se distinguían especialmente por su celo religioso. No se ven, en efecto, estos intentos de tentación hacia personas carentes de fe y religiosidad. La defensa contra tales ataques se manifiesta de formas muy diversas. La cruz es sin dudadas la más poderosa de las protecciones, a las que siguen la invocación del nombre de Dios y de la Santísima Virgen. Oraciones, aspersiones con agua bendita, el incienso quemado y otros. Más peregrinos eran el diente de ajo, se desconoce el origen de su problemática influencia protectora, si bien se sabe que en Egipto era una planta sagrada. El demonio penetraría por un orificio del cuerpo. Y de la misma forma solo podría abandonar el cuerpo saliendo por un orificio. Generalmente se trata de la boca, tal vez por ser la cavidad que más se presta a la observación. San Gregorio habla de cierto demonio que entró en el cuerpo de una monja…» Baltes escuchó pasos en los ruinosos escalones y cerró el libro. Algo le molestaba, le daba vueltas en la cabeza, lo rumiaba a fuego lento. No sabía expresar qué, podía ser la lejanía, un lugar donde él no podía hostigarla. Ni tenía la más remota idea de su paradero. Escuchó un golpe en la puerta de chapa. Se acomodó la camisa dentro del pantalón. —Sí —preguntó. Una cara joven estiró el cuello… —Señor viene la yuta por una razia, si tiene droga, tírela. —Gracias —farfulló. Rolando Baltes sacó los libros de los cajones de manzana, y los dio vuelta. En la base tenía unas bolsitas de marihuana adosada. Se apresuró a tomarlas y verter el contenido en el agujero negro del piso mugriento de portland que oficiaba de letrina. Se volvió a sentar a la máquina, pero antes acomodó con obsesión de orfebre sus libros. Las teclas comenzaron a resonar: “Alimara caminó entre la gente como si no existiera… un obsoleto sentimiento de culpa la acongojaba se adueñaba de ella en un rictus animal al punto de llevarla a la locura. Comenzó a ver espectros, animas vagando sin rostro, solo con un dedo acusador que le apuntaba a su tercer ojo. En la frente, justo en la juntura de las cejas, se tocó la cara para comprobar si tenía un viso de realidad; desorientada retiró la mano y se la pasó por la barbilla en un gesto de profundo pensamiento y, se dejó llevar por sus pasos”. Baltes dejó la máquina de escribir y abrió la pequeña y desvencijada heladera en busca de una cerveza. La yuta irrumpió en el patio. Se escucharon portazos, pasos, que repiquetearon en el gastado suelo. Baltes percibió sonidos a botas que rechinaban los escalones. Un oficial vestido con un impecable uniforme azul, abrió con fuerza la endeble puerta. —¡Contra la pared y abra las piernas! —vociferó. Rolando Baltes dejó que lo cachearan. Revisaron, sin emitir sonido. —Se puede sentar. —¿Busco merca, pasta base, marihuana? —dijo el oficial. —Pierde el tiempo, no consumo. — ¿Y, esa ropa de mujer? —De mi pareja —miró en dirección a la puerta—, hace meses que se fue, en realidad tendría que tirar todo eso… pensándolo bien, lo voy a hacer ahora mismo. El oficial fue derecho a los libros y movió el cajón de manzana. Puso cara circunspecta y caminó hacia el camastro mal oliente, dio vuelta el colchón y un vaho le penetro las fosa nasal. Miró el baño desde afuera y levantando la cabeza dijo: —Está limpio, no encontré nada. ¿A qué se dedica? —Escribo… —¿Qué escribe? —Novelas. —¿Policiales? —No. El aire se cortaba a cuchillo, el oficial comenzó a bajar la escalera… el patio estaba despoblado.
0 Comentarios
Deja una respuesta. |
Archivos
Marzo 2024
Categorías
Todo
|